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lunes, 3 de septiembre de 2012

Seis.

Córdoba, 28 de agosto de 2012

   Después de tres días viviendo en la casa de AB decidí regresar a mi departamento. Necesitaba dormir en mi cama. Por otra parte, no quería abusar de la hospitalidad de AB y su mujer, a pesar de que ellos insistían en que mi dedicación a ayudar a sus hijos con la tarea escolar compensaba el costo de mi estadía.
   Encontré que el departamento no estaba revuelto pero había señas de que había sido inspeccionado por una brigada especializada. Llamaba la atención la prolijidad con que habían desarmado el cotín del colchón y lo habían vuelto a coser. Un trato tan minucioso no era característica de la policía política. El régimen quiere saber que te vigilan. Esto, en cambio había sido realizado por un cazador cuidadoso que buscaba pasar inadvertido en el paisaje.
   Estuve inquieto toda la noche pero no pasó nada. A la mañana fui a la Cinemateca. Cuando llegaba a la puerta me sentí inquieto, como amenazado por un animal salvaje. Al darme vuelta me encontré con la Señorita L. a una distancia incómoda.
   -¿Qué quiere?
   -Buen día.
   -¿Buen día? ¿No era que para usted no era ningún gusto hablar conmigo?
   -No abuse de mi paciencia. Ya podría habérmelo desayunado.
   -¿Qué quiere decir?
   -No se haga el estúpido. Sigue vivo porque yo quiero.
   -No se de qué habla.
   -Los papeles del Congreso, ¿donde están?
   -Insisto, no se de qué habla.
   -Escúcheme, usted cree que reteniendo esos papeles se asegura seguir vivo pero no es así. Hay gente menos paciente que yo que puede tomar decisiones desagradables. No me haga perder tiempo.
   -Usted vino sola...
   -Que tenga un buen día. Salude de mi parte a sus amigos de la Alianza.
   Dio media vuelta y se fue. Del otro lado del vidrio de la puerta de la Cinemateca, Roberta miraba con expresión pasmada. Seguramente la Señorita L. la había estado interrogando. Al mediodía tuve otra visita incómoda, Pablo, el alumno de arameo de AJ. Si esta historia fuera una película de la Warner Bros, el papel de Pablo lo interpretaría Peter Lorre; el pusilánime sinuoso y traidor. Con una diferencia importante: Lorre era un buen actor y Pablo no. Llegó evidentemente nervioso, simulando que pasaba de casualidad por la zona. Insistía en querer saber qué había hecho después de la aventura en Gath y Chavez. Hizo todo tipo de preguntas para saber de mis actividades. Me dijo que había perdido contacto con AJ y que necesitaba ubicarlo. Traté de ser elusivo pero no desagradable. Como en una jugada de poker, lo decisivo no era tener las mejores cartas sino que el oponente lo creyera.
   Hasta ese momento el día había sido solamente molesto, lo que siguió fue incalificable. A las cuatro de la tarde llegó un auto del Ministerio de Cultura. El chofer tenía el aspecto de ser un torturador de la policía política. Roberta lo recibió encantada. La alegría le duró lo que tardó el orangután del partido en comunicarle que me buscaban para "actividades relativas a la planificación de un ciclo de cultura en los barrios". Evalué las posibilidades de escapar: Nulas. Subí al viejo Kaiser Carabela. Estaba bien mantenido considerando la cantidad de años que tenía. Las manijas de las ventanas estaban anuladas y las puertas solo abrían desde afuera. Una vez adentro no había como salir.
   Me llevó hasta una casona de Nueva Córdoba. Entramos por un portón automático. Dejó el auto estacionado en el patio central. El edificio no tenía el aspecto de ser usado para la detención o la tortura. No había rejas ni alambrado, ni tenía la suficiente cantidad de guardia. Una mujer pelirroja se acercó al auto, me abrió la puerta e indicó que bajara. Me extendió la mano para saludarme.
   -Licenciada Kupferschimdt, mucho gusto.
   -¿Licenciada en qué?
   -Psicología.
   Estuve un instante desconcertado y después largué una risotada nerviosa. La pelirroja me miró con distancia profesional.
   -¿De qué se ríe?
   -No joda. ¿Para qué me trajeron?
   -Necesitamos evaluarlo. Algunos de sus compañeros de trabajo han sugerido que su comportamiento no es adecuado para el desarrollo de un correcto ambiente laboral.
   Mientras la psicóloga hablaba me pareció ver un movimiento sospechoso en el techo. No era seguro seguir en el patio.
   -¿Le molestaría si seguimos conversando adentro? -le dije.
   -¿Le molesta estar en espacios abiertos?
   -No. Me hace fresco.
   Dudaba si esta mujer era una torturadora sádica o genuinamente estúpida. ¿Realmente me habían llevado para medir mi adaptación al trabajo? La siguiente hora la pasé respondiendo tests psicométricos obvios. Dos cosas, sin embargo, empezaban a preocuparme: los ruidos de pasos en el techo y la llegada de dos blindados que se estacionaron en la vereda.
   Pasó media hora más y Kupferschimdt cambió abruptamente de tema. En un tono condescendiente y maternal trató de hacerme entender que mi visión de la realidad estaba equivocada y que era una lástima que no sumara mi esfuerzo para construir la nueva Argentina que proyectaba el Líder. En ese momento llegué a la conclusión de que la mujer era un pobre idiota. De todas maneras eso no resolvía el porqué seguían los ruidos en el techo y los blindados en la vereda. Tenía que encontrar la forma de salir.
   -Licenciada...
   -¿Si?
   -Necesito ir al baño.
   -Tengo órdenes de no dejarlo solo.
   -Entonces voy a tener que mearle el salón.
   -¿No puede aguantar?
   -Depende. ¿Me va a tener acá mucho tiempo?
   -No lo decido yo.
   -Bueno, dese vuelta porque hago acá mismo.
   -Espere, lo llevo al baño. Es del otro lado del patio.
   Cuando salíamos de la habitación me pareció ver que alguien se bajaba de uno de los blindados. En el patio no estaba el guardia ni el mono de la policía que me había llevado. El Kaiser Carabela seguía estacionado. Cuando habíamos caminado la mitad del trayecto sentí un ruido, como el golpe de un cuerpo cayendo detrás de nosotros. La pelirroja gritó. Giré y vi como la persona que había saltado del techo la agarraba por el cuello. Quise ayudarla pero dos manos me agarraron de atrás. Por el portón entraron cinco personas, todas con el mismo tono de piel entre pálido y verdoso de la Señorita L. El que tenía agarrada a Kupferschimdt empezó a morderle el cuello mientras la mujer gritaba. Nunca me imaginé que la presión de la sangre al escapar de un cuerpo pudiera hacer el desastre que tuve que ver. Cuando la mujer dejo de gritar y se sacudió en los últimos estertores el vampiro me miró. Le hizo señas al que me sostenía para que me soltara. Estaba paralizado. No tuve el impulso de correr. Además me dí cuenta de que me había meado encima. El vampiro dejó de mirarme por un momento, hundió la mano en el vientre de la mujer, y arrancó algo que me tiró a la cara. No se si era el útero o el corazón. Recuerdo solamente el golpe. Mientras tanto, el que tenía atrás me olía el cuello. Cuando pensé que se habían cansado de jugar conmigo empezaron a desenrollar el intestino de la mujer. Uno de ellos se acercó y me lo colocó alrededor del cuello como una corbata.
   -Saludos de L., -me dijo- y aproveche el viaje de regreso a su casa para considerar seriamente de qué lado está.
   Salí por la puerta de la cochera. Uno de los blindados arrancó y me siguió a paso de hombre durante diez cuadras. Cuando cambiaron de dirección y se fueron, me descompuse del miedo y vomité contra una tapia.

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