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martes, 29 de octubre de 2013

Agradecimientos, saludos y final.

Este blog comenzó en un intercambio de mensajes, un poco en broma con un par de amigos que sugirieron que escribiera "una de vampiros". Con el paso del tiempo y un año y medio de trabajo se convirtió en el relato que terminaron de leer el mes pasado. Ahora, existe la posibilidad de que se transforme en otra cosa (ya veremos). Mientras tanto, las entradas publicadas no estarán disponibles, y antes de cerrar el blog e invitarlos a conocer el siguiente proyecto, quiero aprovechar para agradecer a muchas personas. A Nano y Daniela por la idea inicial. A Mariana por el aguante (te quiero Gorda). A Sandra, HH, Norita, Jorge, Alejo, Jacqui, Blanca, Marcelo, Esteban, Pablo, Gabriel y el Indio por dejarse convertir en personajes. A Martín por el envión (el día en que presentaba su libro, y yo, amablemente, me llevé el portón por delante).
Y finalmente gracias a los lectores. Durante el tiempo del proyecto me picó muchas veces la curiosidad por saber quienes eran. Sobre todo los lectores de Ucrania, Rusia y los Paises Bajos.
Espero que se hayan divertido. Para mi fue un placer
De nuevo gracias y hasta luego.  

lunes, 23 de septiembre de 2013

42 (S02E20 Deleted Scene)

Tenía por delante dos días para decidir que hacer con mi vida. Y una promesa que cumplir. Después de volver al Palacio Municipal, Sanchez saludó como si fuera un compañero de trabajo (y quizás lo había sido) y se internó en una oficina. Yo aproveché para sacar las pocas cosas que había dejado en el despacho de AJ, entre ellas mi pistola. Me llevé además un par de granadas que no habíamos usado en Gath y Chavez. Después caminé por el centro, descascarado y vetusto, de Córdoba. 
Dos día para decidir si aceptaba luchar junto con AJ o desaparecía. Busqué el hotel de la calle Velez Sarsfield donde había estado escondido. El viejo de la recepción no estaba. Me atendió una chica que me dijo que su abuelo estaba internado después de una descompensación, y me ofreció una habitación tan mala como la que había ocupado semanas atrás. Descansé hasta que se hizo de noche, comí algo liviano en un bar y fui hasta la casa de Roberta. 
La calle estaba vacía. La gente no recuperaba la confianza después de los allanamientos, los saqueos y los ataques de vampiros. Llegué al jardín y vi que la puerta estaba abierta todavía. Entré y verifiqué que no hubiera nadie. El aspecto de la casa era lamentable. Faltaban muebles. Los vecinos habían sido mas impiadosos que la policía. Lo que los agentes no habían roto había sido robado. Entendí porque Roberta se había ido. En la cocina abrí todas las llaves de gas del horno. Volví a salir al jardín, busqué una de las granadas en el fondo del bolso. Saqué el seguro y la espoleta, tiré y corrí. Después. el ruido, la vibración, la sordera temporaria y el incendio. Listo, tenía todas las obligaciones saldadas.  


Fin de la segunda parte.

lunes, 16 de septiembre de 2013

41 (S02E20 Season Finale)

Desperté en una cama del Hospital de Urgencias. Al lado de la puerta de la habitación, una enfermera gorda hacía palabras cruzadas. Cuando notó que me movía se asomó a la puerta y gritó:
-Avisen que se despertó el intoxicado del incendio- y volvió a sentarse.
A los cinco minutos entró Roberta. Se paró al borde de la cama y me miró sin hablar. Se veía cansada, pero sentí que el agobio no tenía que ver conmigo ni con el ataque a Gath y Chavez. Eran los años de sobrevivir a los embates del país. 
Me moví para tomarle una mano. Roberta acercó la suya pero de una manera desapasionada. Supuso que iba a hacerle preguntas, así que habló ella primero.
-Estuviste sedado dos días. Todo parece haber salido bien. Los cuatro estamos vivos aunque a AJ tienen que reconstruirle la oreja.
-¿Los ataques?
-Pararon por ahora, pero seguramente se están reorganizando.
-¿Cuándo salgo?
-Dicen que mañana.
La enfermera interrumpió.
-Bueno señorita, no se entusiasme que el señor Esteban tiene que descansar.
Roberta asintió en silencio y con la mano levantada le hizo entender a la mujer que en cinco minutos se iba.
-¿Por qué me tratan de “Esteban”?
-Es el humor de Sanchez. Como oficialmente estás muerto, entraste al hospital con un alias- Roberta levantó la tablilla con la historia clínica y me la mostró: “Paciente: Esteban Helsing”
-“Este – Van Helsing”. ¡Será imbécil!
Roberta intentó una semisonrisa, se despidió con un beso en la frente y salió. Por el modo condescendiente, igual al que tuvo mi exmujer diez años antes, pude darme cuenta de que la relación estaba terminando.
A la mañana del día siguiente vino a buscarme AJ. Tenía la cabeza vendada y llena de moretones.
-Movete que nos vamos.
-Buen día para vos también.
-No jodas que vengo de las curaciones.
-¿Duele?
-Como la remil puta madre que lo reparió.
Me dio una valija.
-Acá tenés ropa nueva, algo de dinero y documentos. Podés empezar de cero donde quieras. Te vamos a buscar solamente si te necesitamos o si te mandás alguna cagada grande.
-Bueno. Salí así me cambio tranquilo.
-OK
Abrí la valija y elegí un pantalón y una camisa. La ropa me quedaba bien pero los zapatos me apretaban un poco. Cuando estaba listo para salir, apareció para saludarme la enfermera gorda. Con una confianza incómoda  se puso a aconsejarme:
-A ver si deja de hacer pavadas y le da a esa chica una buena vida.
Me dio la mano y se fue.
Afuera en el pasillo estaban Sanchez y AJ Me llevaron hasta el estacionamiento donde subimos a un Chevy Super Salón. Sanchez manejaba. Desde es asiento del acompañante AJ terminó de ponerme al día con la situación.
-Por ahora no pasa nada, pero esto recién empieza. Va a ser una batalla larga. Si querés pelear con nosotros sos bienvenido. Si no, tenés dos días de gracia para irte. No necesitamos desobedientes.
-¿Dónde está L.?
-No sabemos. El castillo está vigilado, y no apareció tampoco en ninguno de los nidos que tenemos relevados. O murió después del incendio, o la mataron los vampiros disidentes, o prepara el contraataque.
-¿Barros?
-De agregada cultural en una embajada, donde puede ejercer de señora encantadora sin la necesidad de dispararle a nadie.
-¿Y Roberta?
-Eso justamente vas a resolver ahora?
AJ se calló y Sanchez se puso a silbar bajito mientras manejaba. Estuvimos así hasta que llegamos al aeropuerto. Sanchez detuvo el auto en la entrada del hall central. AJ se bajó y me abrió la puerta.
-Bajate. Roberta debe estar por embarcar. Yo tengo cosas que hacer en las oficinas de la Fuerza Aérea. Sanchez te va a esperar en el estacionamiento. Suerte.
Entré al aeropuerto sabiendo que con Roberta no quedaba mucho por decirnos. Ninguno de los dos era buena compañía para el otro, y sin embargo la separación era dolorosa. La encontré haciendo la cola para embarcar. Llevaba ropa nueva. Le tomé delicadamente un hombro y movió la cabeza para verme.
-Roberta…
Acercó su cara a la mía y me dijo:
-No me llames así. Según el diario, Roberta murió en un incendio en el centro.
-¿Entonces?
-Entonces me voy a empezar de nuevo. Barros necesita una secretaria de confianza en México.
Me quedé mirándola sin hablarle hasta que los altoparlantes hicieron el último llamado para embarcar, y la que una vez fue Roberta me besó delicadamente sosteniendo mi cabeza con sus dos manos. Después, sin decir nada, pasó a la Sala de Embarque sin darse vuelta.
No me quedé a esperar el despegue. Fui directamente al estacionamiento. Sanchez esperaba  apoyado en el capot del Chevy. Cuando me vio llegar dejó de jugar con las llaves y abrió las puertas. Se lo notaba de un humor expansivo poco común en él. Tenía ganas de conversar.
-Entonces, usted trabajaba en la cinemateca…
-Si.
-Entonces esta situación no es nueva para usted. Guerra, aeropuerto, chica que se va, antiguos enemigos que trabajan juntos…
-Vea Sanchez, no estoy de humor y usted no es lo suficientemente simpático para ser el Capitan Renault.
-¡Que pena! Me hubiera parecido perfecto que todo terminara con “I think this is the begining of a beautiful friendship”
Y arrancó.

lunes, 9 de septiembre de 2013

40 (S02E19)

Mala tarde para Roberta. Cuando la conversación estaba terminando interrumpió para decirle a AJ que quería ir a su casa. Sanchez y AJ se miraron y le dijeron que no les parecía conveniente porque el inmueble había sido allanado, pero Roberta insistió hasta que los dos decidieron hablar con la policía para que le franquearan el paso. Cuando el inconveniente burocrático se zanjó, acordamos encontrarnos todos a las ocho en el Palacio Municipal y acompañé a Roberta a su casa.
Sentía la tensión a medida que nos acercábamos al barrio. La sensación era similar a la de la madrugada en la que el Indio entró a buscarnos. Tenía la certeza de que no era la primera vez que ella pasaba por un "procedimiento". Tuve la previsión de estacionar en la esquina para que, al llegar caminando a la casa, tuviera tiempo de acostumbrarse a lo que fuera a encontrar, pero fue inútil, porque corrió apenas se bajó del auto. No me animé a seguirla. El momento era brutal pero también era íntimo. A los cinco minutos salió, quebrada pero sin llorar. Sin que lo hubiera notado, detrás mío se habían juntado algunos vecinos. Dos mujeres salieron al encuentro de Roberta en el medio del jardín. No se atrevieron a tocarla. La gravedad de la expresión de su cara le daba el aspecto de un ícono. Manteniendo la distancia le contaron que el allanamiento no había sido tan grave como el saqueo que después hicieron los vecinos. Roberta apenas hizo un gesto con la cabeza y caminó hacia mi. No me abrazó. Apenas puso su boca a la altura de mi oído y dijo:
-Sacame de acá ahora.
En el auto siguió demudada. Recién llegando al Palacio Municipal volví a escuchar su voz, sin ningún acento o emoción.
-Cuando termine esto, si estás vivo, quiero que quemes la casa.
Asentí. Era una promesa fácil de cumplir. Y de todas maneras ni siquiera tenía la certeza de llegar a ver el día siguiente.
El resto de la tarde transcurrió revisando armamento y ajustando detalles. El rango de discusiones iban desde la insistencia de Roberta en formar parte de la operación, hasta las dudas de Sanchez sobre si cenar antes o después, ya que según él, no había nada más molesto que trabajar con hambre.
A las doce en punto comenzamos a escuchar las bombas y los disparos. El ruido siguió durante media hora y se detuvo. A la una volvieron las explosiones, pero esta vez desde el parque. AJ, que había estado apartado en su oficina, bajó a buscarnos para llevarnos al estacionamiento. Había preparado un jeep con varios fusiles, lanzagranadas y una bazooka.
Salimos por La Cañada hasta la calle 9 de Julio y manejamos directo hasta la puerta de Gath y Chavez. No se veían luces prendidas pero se escuchaban ruidos. Sanchez acomodó la bazooka y disparó contra las ventanas del segundo piso. Después de la explosión nos quedamos aturdidos.El zumbido en los oídos y la vibración en el cuerpo me produjeron las sensación de que el tiempo estaba detenido. Una nueva explosión me trajo de nuevo a la realidad. El segundo piso se incendiaba. Sanchez nos recordó el plan.
-Señorita, usted que es buena con la ametralladora, hace ráfagas contra las cornisas y el segundo piso, ustedes dos señores van hacia las puertas, y yo disparo a las ventanas del primer piso.
Salté del jeep entusiasmado. El incendio y la cercanía de la muerte hacían desaparecer las diferencias con AJ. Me sentía de nuevo un cazador. Ajustamos las linternas a los fusiles y entramos. El edificio empezaba a llenarse de humo y se escuchaban los tiros desde afuera y ruido de muebles cayendo; después aullidos, a veces voces. Debía haber cuatro o cinco en el edificio. AJ cargó y dijo:
-Vamos por las escalera principal. Yo disparo hacia adelante y vos a las barandas y atrás- y empezó a correr.
Salí detrás de él pero no era fácil cubrirlo. Tenía que subir la escalera de espaldas mientras disparaba hacia arriba. AJ bajóa uno que se asomó a la escalera. Escuchamos más corridas. Cuando llegamos al primer piso disparamos al techo primero, y a los lados después. Dejamos de tirar un instante y pudimos ver movimiento en el fondo. AJ iluminó, apuntó y disparó. El animal reventó. Sentimos gritos del lado de las ventanas. Hicimos fuego varias veces contra una silueta que se fue arrinconando contra el vidrio. En el momento en que la luz de afuera nos dejó verlo bien, una bala disparada por Sanchez le dio en la cabeza. AJ hizo señas de que paráramos. Poder ver se iba haciendo más difícil porque el humo se hacía más denso. La metralla rítmica de Roberta era lo único que escuchábamos. Considerábamos que el primer piso estaba limpio cuando sentimos pasos subiendo por la escalera lateral. Me adelanté a AJ y llegué al segundo piso, para encontrarme con la Señorita L., pero esta vez en un escenario completamente distinto. El fuego que quemaba los archivos iluminaba el salón como si fuera pleno día y el humo nos ahogaba. En el medio, L. cargando a una hembra en los brazos, buscaba una salida. Mientras tanto le hablaba en una mezcla rara de lenguas. Por el tono supuse que trataba de tranquilizarla. Entre las palabras que soltaba me pareció entender "No te mueras Analía". 
AJ me alcanzó justo en ese momento.
-¿Por qué no las matás idiota?
Sacó la pistola, y poniendo rodilla en tierra apuntó y le dio en la cabeza a la tal Analía, que reventó en los brazos de L. El grito que siguió, además del calor y la falta de oxígeno, me dejaron aturdido. Estaba mareado y no podía hacer foco para disparar. Tenía la sensación de que iba a vomitar, cuando sentí un golpe en medio de la cara. Desde el piso escuché un alarido de AJ y una ráfaga de metralla desde afuera. Depués, ruido de vidrios rotos y nada más. Estuve semiinconsciente hasta que AJ empezó a empujarme escalera abajo.
-Movete pelotudo, que nos quemamos vivos.
Me puse de pie como pude y, sostenido por AJ llegamos al primer piso. Sentí que algo me mojaba la camisa. Miré a AJ vi, que le faltaba una oreja. Traté de decirle algo pero él hablo antes:
-¿Qué mirás? ¿No te gusta como quedé? Por lo menos ahora voy a escuchar menos tus pelotudeces.
Cuando llegamos a la vereda, Sanchez cargaba el lanzagranadas.
-Señores, terminamos de incendiar el edificio y nos vamos. Subiendo al jeep por favor.
Y eso es todo lo que recuerdo.  

lunes, 2 de septiembre de 2013

39 (S02E18)

El Paisaje de "The Omega man" o cualquier otra de ciencia ficción con Charlton Heston. Así estaba Córdoba al mediodía. Las calles vacía, los autos mal estacionados, las ventanas cerradas. La población había entendido que la situación era grave. Ya en Ferreyra, donde habíamos parado a cargar nafta, nos habían advertido que la gente estaba asustada, que aparecían cadáveres todos los días y las autoridades no daban explicaciones. Durante el recorrido por Avenida Sabattini hasta el centro apenas vimos un par de personas.
Exactamente al mediodía llegamos a la Compañía. Había pasado casi un año desde el día en que JF me había presentado a Nora y ella me condujo por el túnel. Después vinieron el hermano Marcelo, el viaje a La Cumbre, el rescate de la Doctora H., la casa segura, los enanos... Todos estaban muertos ahora. El ambiente de la iglesia me pareció más agobiante que entonces.
Sentí la necesidad de que todo terminara de una vez.
-¿Adonde vamos?
Roberta me sacó de mis cavilaciones.
-Seguime.
Recordaba claramente el camino hasta el túnel. En la entrada no vi rastros de que estuviera siendo usado con frecuencia. Bajamos. Roberta caminaba detrás mío, agarrándome del hombro. Podía escuchar su respiración. Donde el año pasado estaba estacionado el Unimog de Nora, ahora había un mesón y cuatro sillas. Dos ocupadas. La semipenumbra no me permitíó reconocer en un primer momento, quien acompañaba a AJ. Cuando estuve a unos dos metros lo ví claramente: Sanchez. El limpiador mantenía el  aspecto profesional. No podía adivinarsele ni un atisbo de emoción. AJ en cambio estaba desmejorado, hinchado y ojeroso. De todas maneras, el cansancio no le impidió saludar con su humor habitual.
-¿Qué hacés, imbécil? Ya veo que no viniste solo.
-Por lo menos yo no estoy con el enemigo.
-No se confunda señor -interrumpió Sanchez-, yo apenas soy un mercenario.
-Sanchez tiene mucha información útil -dijo AJ-, además de estar deseoso de trabajar con nosotros.
-Trabajar para la señorita L. empezó a ponerse complicado. Mi antigua jefa está teniendo problemas para controlar a sus subordinados. No hay limpiador que pueda con ese desastre.
Mientras Sanchez hablaba, Roberta lo miraba embobada, como si se tratara del promotor de una agencia de viajes, vendiéndole un viaje a Disneyworld. Esa reacción me irritaba aún más que Sanchez.
-En el futuro arreglaremos las diferencias con el señor, ahora ¿qué plan tenemos? -pregunté.
AJ se pasó la mano por la cabeza y comenzó a explicar.
-A los vampiros del Congreso se les acabó la cuerda. Así como nosotros tumbamos al líder, ellos quieren terminar con L. No son organizados pero son destructivos.
-Entonces ¿por qué no atacamos aprovechando la anarquía?
-Porque no conocemos todos los escondites; y además, si utilizáramos el ejército regular, tendríamos que reconocer que existen y en algún momento negociamos con ellos. Sumado a que distraeríamos fuerzas de nuestra propia guerra civil.
-No tardaste mucho en ver el mundo como los que decías combatir. Sos igual que ese alumno tuyo que nos vendió.
AJ no se irritó con mi comentario. Se limitó a sacar la pistola de la sobaquera, dejarla sobre el mesón, respirar hondo y decirme:
-No te presentes como campeón moral. Antes de todas tus aventuras eras un pobre mediocre, acostumbrado a vivir de la cinemateca sin trabajar demasiado. Meterte en esto te hizo sentir un hombre. Descubriste que te gustaba matar. Por eso estás acá. Vos también necesitás sangre.
No le contesté. No tenía argumentos. Sanchez habló como si nada pasara:
-Bien caballeros, revisemos el plan. La idea es dar una serie de golpes al estilo israelí. Operativos de retaliación cortos y efectivos, con comandos pequeños y profesionales -desplegó un plano de la ciudad-, empezando hoy a la medianoche en dos nidos bien identificados, Barrio Güemes y Alto Alberdi. Suponemos que eso los llevará a reagruparse, así que para las una de la madrugada atacaríamos la Laguna Crisol y un refugio que tienen en Barrio Empalme; para terminar con el golpe definitivo al poder del Congreso en el archivo y centro de operaciones local de L. Aquí.
Sanchez marcó con el dedo un punto en el plano. Gath y Chavez.
Me corrió frío por la espalda. Recordé la cabeza del alumno de AJ rodando a nuestros piés. Además siempre odié las simetrías, y todo indicaba que la historia iba a terminar en el mismo lugar donde había empezado.

lunes, 26 de agosto de 2013

38 (S02E17)

La tregua terminó. No tuvimos que preocuparnos por elaborar una estrategia para escondernos porque el gobierno tenía una amenaza más peligrosa para contener. La gravedad de los ataques era tal que no se había podido impedir que las noticias llegaran a la prensa. Cuando llegamos con Roberta a la estación de servicio de General Roca, nos enteramos por los titulares del diario que Córdoba estaba en estado de emergencia por "una serie de asesinatos cruentos de origen desconocido". Cuando volvimos a buscar el auto, Barros ya se había ido; así que no pudimos avisarle que no intentara volver. Cargamos el combustible y salimos.
El recorrido por la ruta 9 era angustiante. Todos los pueblos parecían deshabitados. Evidentemente  se había dado la orden de mantener a la población en sus casas. Roberta no hablaba. Era capaz de apuntarle con un fusil a una mujer indefensa, pero el silencio la aterrorizaba.
Evaluando las circunstancias llegué a la conclusión de que no había forma de sobrevivir solo. Tenía que contactarme con AJ. Cuando llegamos a Villa María ya había decidido como. AJ seguramente seguía en contacto con la Alianza, y para llegar a la Alianza tenía que hablar con los Hermanos Libres o los Israelitas. Nos registramos en un hotel y pedí una guía de teléfonos. Encontré el número de la Iglesia de los HL en la calle Rincón y llamé. Me atendió un hombre, que por la voz debía ser muy viejo. Trató de hacerse el desentendido de lo que le pedía. Finalmente puse negro sobre blanco:
-Ustedes saben lo que está pasando. Sé de la Alianza y necesito hablar con AJ. Dígale que en dos horas vuelvo a llamarlo.
-¿Y quién habla?
-Me llaman cazavampiros.
Calculé que con el mal estado de los caminos dos horas era un tiempo prudente porque, si AJ decidía mandarnos a detener no llegarían a tiempo. A las dos horas exactas, después de dejar el auto listo por si tenía que seguir escapando, disqué. El teléfono sonó tres veces y atendieron. Sin saludos ni gentilezas, se escuchó la voz de AJ.
-¿Venís a matarme, imbécil?
-Yo también te extrañé.
-Dejate de boludeces. Cuando te agarre te voy a poner delante de Blanca para que le expliques porque le mataste el marido.
-Y yo le voy a decir que fue por tu culpa. Que vos lo convenciste para que se convirtiera en un híbrido.
-Simplificás demasiado. No fue así. Nunca entendiste nada.
-Y eso era lo que te resultaba útil, que matara sin cuestionar.
AJ empezó a sonar un poco alterado pero sin llegar a perder la compostura.
-No creo que me estés llamando para discutir de moral. ¿Que necesitas?
-Seguir vivo. Y vos también. Los dos nos hacemos falta. ¿Qué acordaste con L.? Porque se te está saliendo de control...
-Con L. podíamos negociar. Pero ahora los mismos vampiros están en guerra entre sí.
-No me importa si se matan. Esto tiene que terminar.
-Dejate de joder y aparecé una vez. Se que estás en Villa María y te podría haber mandado a buscar. Aparecé mañana y hablamos.
-Sin terceras personas.
-Bien. En el túnel de la Compañía de Jesús. Al mediodía.
-Hecho. Te aviso que voy a ir armado por si pensás traicionarme.
-¡Bah! Llegá vivo a mañana y vemos.
Y colgó.

lunes, 19 de agosto de 2013

37 (S02E16)

"La adorable revoltosa" era el título con el que se estrenó en Argentina Bringing up Baby. En la película, Katharine Hepburn y Cary Grant empezaban sacándose chispas y al final triunfaba el amor. En el medio tenían que dominar un tigre suelto y el vestido de la Hepburn. A este tipo de comedias se las conocía como screwball comedy. Sacando lo de comedy y lo ball tenemos una buena descripción de nuestro estado: screwed, es decir jodidos.
Con el auto parado a la altura del arroyo Tortugas por falta de nafta, establecimos que sería bueno sentarse a discutir cuál sería el mejor curso de acción. Estando en el límite entre Santa Fe y Córdoba, ¿volvíamos a Córdoba donde seguramente nos buscarían? ¿Qué haríamos con Barros? ¿Y si nos quedábamos en la pampa gringa jugando a ser colonos? Roberta no aportaba cordura, ya que se había pasado todo el viaje en estado de emotividad desbordada: en un momento lloriqueando y pidiendo disculpas, al siguiente sumida en un mutismo absoluto, y para mi sorpresa, tuvo tiempo también para dejar fluir a la vieja Roberta de la cinemateca,  que me responsabilizaba de cuanta cosa saliera saliera mal.Barros en cambio se había mantenido en su perenne buen humor. Contó anécdotas de sus perros, gatos, editores, secretarias, y le quedó tiempo para explicar como cocinar los calamares para que no quedaran gomosos.
En el momento que se acabó el combustible, Roberta estaba por entrar nuevamente en la fase de pataleo. Barros, armada de su lucidez prodigiosa, la cortó en seco:
-Bueno chiquita, hágase grande que lo que pasa ahora es consecuencia exclusiva de sus decisiones. Nadie la empujó al centro del escenario para que pialara a la gorda.
Roberta se rió primero y después se calló y se mantuvo seria. Barros aprovechó para explicar su plan.
-Tenemos que separarnos. Estamos cerca de General Roca por el lado cordobés y de Tortugas por Santa Fe. Ustedes salen a buscar nafta a Córdoba. Cuando vuelvan yo ya me habré ido a Tortugas. Improvisaré la puesta en escena del estado de shock, el abandono en la ruta, la huida, y cuanta cosa más se me ocurra para darles tiempo. Además, sin una orden judicial, la policía de Santa Fe no puede cruzar a Córdoba a buscarlos. Con todo el asunto de las jurisdicciones, hasta que en Córdoba se enteren de que están de vuelta, ustedes ya habrán inventado algo para escapar. ¿Se les ocurre algo mejor?
Como no había nada que oponer a la propuesta, apuramos los saludos y cada uno salió para su lado. Roberta otra vez silenciosa, pero de una manera que no había visto antes. No era la chica enojada de la cinemateca ni la amazona desbordada, fusil en mano. Estaba a la vez, serena y grave. Recién después de caminar tres kilómetros me dirigió la palabra:
-¿Sos consciente de lo que estoy haciendo por vos?
No contesté. Cualquier respuesta podía generar una discusión sobre el compromiso y el futuro de la relación. De pronto ya no era la graciosa Katharine Hepburn, si no la melodramática Audrey Hepburn de "Un camino para dos". Irónicamente, el diálogo que más recordaba de esa película era aquel en que Finney y Hepburn se disparaban:
"-¿Qué clase de gente aguanta estar así, juntos, sin hablarse?
-Los casados."

lunes, 12 de agosto de 2013

36 (S02E15)

El viaje a Buenos Aires se hizo largo. El estado de la ruta era lamentable pero no teníamos la alternativa del tren porque implicaba regresar a Córdoba, donde seguramente nos estarían buscando. Además usar el  transporte público eliminaba el personaje de chofer de la señora Barros. Después de dos días mal asfalto, y el religioso pago de coimas a la policía de Santa Fé, llegamos al lugar del encuentro de escritores sobre la hora del cierre de acreditaciones. El lugar elegido era un edificio inacabado de diseño imposible y destino cambiante. Había sido diseñado para ser el mausoleo de Eva Perón, después intentaron construir un estudio de televisión, y en los tiempos del Líder, fue la sede de la policía secreta.
Hubo que sumarle al cansancio la ineptitud de los empleados, que hicieron el trámite por demás engorroso. Pero, con una mirada benévola diría que la torpeza nos jugó a favor ante la evidente falsedad de nuestros documentos. Terminada la gestión, nos explicaron que por cuestiones organizativas el inicio de las jornadas se había diferido para el día siguiente, y nos indicaron la dirección de un hotel en el barrio de Once. El entorno oscuro y roñoso nos permitió bajar los bolsos con el armamento sin levantar sospechas.
La señora Barros  había guardado en el auto un arsenal como para asaltar un cuartel: fusiles automáticos, ametralladoras, un par de rifles (-los llevo más que nada por una cuestión afectiva- dijo) y un lanzagranadas LAW M72. La mayoría de las armas no era conveniente por el tamaño, o, en mi caso, por la falta de experiencia. Pasamos la noche discutiendo que llevaría cada uno. Concluimos que Roberta, que tenía instrucción militar, llevaría uno de los fusiles, desarmado y escondido en el estuche de la máquina de escribir, la señora una pistola y el estoque del bastón, y yo seguiría con la táctica de dos pistolas. La idea era atacar a cuantos jerarcas encontráramos y huir. El problema es que no sabíamos que figuras iban a hacerse presentes, aunque era casi seguro que AJ iba a presentar la delegación de escritores cordobeses. Repasamos nuestro plan endeble y nos fuimos a dormir.
La jornada siguiente empezó mal y terminó peor. Como el tránsito era problemático elegimos dejar el auto y llegar en subte. Nos equivocamos con las combinaciones y llegamos tarde, en el medio de la alocución de un escritor e historiador que había sido oficialista en todos los gobiernos. Posiblemente, el aburrimiento que generaba escucharlo era la herramienta con la que lograba que la gente no recordara su pasado. Después siguió una ronda de lecturas igualmente tediosas sobre el estado de la literatura, la política, la literatura política, la política literaria, y cuantas combinaciones más pudieran inventarse.
Después de un descanso de media hora y un café aguado, la sesión continuó igualmente fastidiosa hasta que Roberta nos sacó a todos de la abulia. Justo después de la intervención de un escritor salteño hicieron subir al escenario a Patricia, o al decir de Roberta, "la gorda pedorra". Explicaron que la habían invitado para que repitiera su lectura sobre los mártires rebeldes. Más o menos por la mitad, y antes de la parte en que hacía el repaso de mis supuestos méritos, Roberta se salió del rol de secretaria, y sin decir agua va, armó el fusil, y ante la mirada atónita de los participantes caminó hasta el escenario con el arma apuntando a Patricia.
Ésta no se  daba cuenta de la situación, y seguramente  pensaba que el silencio era el efecto de su discurso sobre el auditorio. Un culatazo en la espalda la sacó del error y la dejó en el piso.
-¿A quién decís que te garchabas, gorda traidora? -dijo Roberta sin dejar de apuntar. Patricia trató de levantarse, pero Roberta demostrando una habilidad prodigiosa la agarró del pelo con una mano, mientras con la otra sostenía el fusil. Además le puso un pie en la espalda, con lo cual, la pobre Patricia parecía un chancho listo para degollar.
-Me parece que su chica no tiene mucho sentido de la oportunidad -me dijo Barros- pero se ve que bravura no le falta.
-Bravura nos va a hacer falta para salir de esta. -respondí.
El silencio y desconcierto de los asistentes fue dando paso a un murmullo interrumpido solamente por los gritos de Patricia. Mientras pensaba como escapar, Barros seguía pegada a su asiento. Después de un minuto que me pareció eterno, se acercó a mi oído y me susurró: -Secuéstreme. Es la manera menos sospechosa de salir.
Con la vista busqué la puerta del auditorio. Inmediatamente saqué una de las pistolas y apunte en la cabeza de la señora.
-Todos quietos o la mato.
Roberta y Patricia dejaron de ser el centro de la atención. La señora Barros ensayó un par de gritos como para darle credibilidad a la situación y salimos hacia la puerta. A la mitad del camino, Roberta se bajó del escenario y se nos sumó. Al salir, la señora Barros trabó el portón con el bastón y siguió caminando lo más campante.
-No le diga a nadie pero el bastón lo uso más que nada por coquetería. Y en vez de poner cara de pasmado, sígame , que en cualquier momento se avivan de la simulación.
Salimos tranquilos del edificio y tomamos un colectivo que nos llevó de regreso a Once. La mayor parte del tiempo Roberta estuvo callada. Faltando dos paradas se animó a hablar.
-Me mandé flor de cagada, ¿no?
-Si querida -contestó Barros. -Y ahora no tenemos otra posibilidad más que la fuga. Pero nos regalaste la imagen inolvidable de la gorda asustada. Y con eso me alcanza para perdonarte el exabrupto.
Y con eso dio el tema por cerrado.

lunes, 5 de agosto de 2013

35 (S02E14)

Después de siete días en Miramar había llegado a algunas conclusiones. La primera fue que, a pesar de que AB nos había dejado una buena cantidad de dinero, no iba a durar para siempre. La segunda, más grave, era que,  tal como me decía mi exmujer, con el tiempo cualquier relación me aburría. Y finalmente, que extrañaba la emoción de la cacería. La seguridad no era una bendición sino la condena al aburrimiento perpetuo.
No se si todo es azar o existe un destino, pero la misma fuerza que nos llevó por primera vez al castillo volvió a aparecer para sacarnos de la inercia: la señora Barros. Esta vez no la encontré´en una tertulia literaria, como la de Alta Gracia, si no cubierta de fango. Roberta había pedido que la acompañara a un local que pretendía funcionar como Spa o centro terapéutico. En el negocio, como en todo el pueblo, se superponían elementos del antiguo esplendor con los de la actual decadencia. Había, por ejemplo, una fila de gabinetes para tratamientos termales con bañeras suntuosas, pero cubiertas de sarro y con las cortinas raídas. Mientras Roberta molestaba a la encargada con preguntas innecesarias sobre su tipo de cutis, me puse a caminar. Me encontré mirando a una mujer rescostada en una chaise longue. Usaba una malla de baño antigua y salvo el pelo, estaba completamente untada en una pasta oscura. Me devolvió la mirada y, sentándose más erguida me hizo señas para que me acercara.
-Que interesante sorpresa, -me dijo-, no todos los días una se encuentra con un muerto célebre.
-Bueno, tampoco es lo más habitual ver a una estrella de la literatura cubierta de lodo.
-Tal como usted lo describe, la imagen es muy poco favorecedora. ¿Por qué no nos encontramos a comer? Estoy en casa de unos amigos y esta noche voy a cocinar locro. Traiga a su amiga.
La noticia de la invitación hizo que Roberta entrara en una de sus insoportables fases de agitación. De todas maneras, a pesar de la inquietud que me provocaba su posible comportamiento, para la hora de la cena estaba hecha una muchachita compuesta,  y el encuentro fue agradable y tranquilo. Todo lo contrario de la velada de Alta Gracia. La mayoría de los asistentes estaba preocupado sobre el futuro del gobierno. En un momento que pude conversar aparte con la señora Barros le pregunté por sus otros amigos escritores.
-Salvo José, que ahora es funcionario, el resto está desconcertado pero atento. Unos pocos, en cambio, hemos decidido mantenernos en acción. ¿No le interesaría encontrarse con su amigo AJ y resolver sus diferencias? Me han invitado a un plenario de la Sociedad Argentina de Escritores y es muy posible que asistan varios funcionarios de todo el país.
-No entiendo.
-¡Hombre! La ocasión está servida en bandeja. Yo voy como invitada, usted viene como mi chofer y su chica puede ser mi secretaria. Por el armamento no se preocupe que tengo bastante munición escondida. Además siempre viajo con esto -me mostró una pistola matagatos muy coqueta, revestida en madreperla- y por las dudas, este no falla en la corta distancia, -dijo mientras sacaba un estoque disimulado en su bastón.
La señora me impresionaba. Realmente estaba lista para salir a atacar. Empecé a sentir en la nuca el cosquilleo de la acción. Dije que sí.
-Bueno, entonces no perdamos más tiempo y dígale a su novia que se acerque. Quiero averiguar qué tan preparada está para el combate.
El resto de la noche, Roberta y la señora tuvieron una larga "conversación de mujeres" sobre tópicos como cuál es el mejor calibre según la distancia del ataque, o la conveniencia de la técnica de tiro israelí. 

lunes, 29 de julio de 2013

34 (S02E13)

Son tiempos extraños. Miramar no es un mal lugar. Pareciera que la salinidad de la laguna mantiene alejados a los kappa y a los vampiros comunes. He indagado discretamente a los lugareños y no encontré evidencias de ataques.
Entonces, estoy tranquilo pero de duelo. Ya casi no me quedan amigos. Hace tres días enterraron a AB, después de un funeral de estado verdaderamente glorioso. La causa oficial de la defunción fue un cáncer que supuestamente no se atendió a tiempo por estar entregado a la lucha por la Patria. Decir la verdad sería incómodo. Habría que reconocer que estoy vivo y que la penosa enfermedad de mi amigo era el vampirismo. O la ambición, que para el caso sería lo mismo.
Además está Roberta. Todo en su comportamiento me recuerda a un perro chico. Sus entusiasmos y sus odios, la necesidad de afecto, el desborde de energía. Cuando fui a buscarla para escaparnos, apenas disimuló la alegría que le provocaba la aventura. Si no dio saltos de alegría  fue porque todavía estaba asustada por el allanamiento y porque le dije que venía de matar a un amigo. Como la mañana del desfile, apeló a su sentido práctico para organizar la salida. Fue ella la que sugirió venir a la laguna Mar Chiquita. Según su análisis el lugar ofrecía varias ventajas: el lugar estaba casi deshabitado por las sucesivas inundaciones, y la laguna era un buen lugar para deshacerse de un auto robado.
Después de un viaje tranquilo, y de hundir el auto en un lugar apartado, encontramos una pensión. Funcionaba en lo que había sido el bloque de habitaciones de servicio del Hotel Viena. El edificio principal  del viejo hotel y casino estaba semisumergido en la laguna. 
Nos atendió un mujer mayor, rubia. Nos dijo que se llamaba Mirtha Sylvia, y antes de que le preguntáramos nos dijo que su madre, y ella también, eran admiradoras de las hermanas Legrand. Se permitió comentarnos la tristeza que le había causado la muerte violenta de la comandante Martinez Suarez y después de un par de comentarios rabiosos sobre el nuevo gobierno, nos llevó a nuestra habitación.
Roberta derrochaba energía para contrapesar mi ánimo sombrío. Para distraerme, me pedía que le contara historias del lugar, que escuchaba, según mi impresión,  fingiendo atención. Sin embargo cada tanto hacía comentarios realmente agudos.
-Es raro, -me dijo- pareciera que siempre buscas lugares que fueron habitados por nazis o fantasmas.
Y tenía razón.
Los tres días siguientes fueron una sucesión de momentos tranquilos y bucólicos, interrumpidos por las espartanas sesiones de entrenamiento de Roberta. La chica necesitaba gastar energía. Aunque el tema no se había discutido, ella se preparaba para entrar en combate. Toda su educación la había preparado para eso y no iba a dejar pasar la oportunidad. Al cuarto día la suerte puso delante de ella un objetivo. Estábamos en la cama, desnudos, comiendo pan y fiambre. El televisor viejo que teníamos en la habitación estaba encendido para hacer ruido de fondo. Ninguno de los dos le prestaba atención, hasta que Roberta se quedo mirando estupefacta.
-Ahí está la gorda pedorra -gritó.
-¿Qué?
-Callate que quiero escuchar lo que dice.
La entrevistada era una tal Patricia. Alguna vez había trabajado en la cinemateca. Roberta me aclaró que todos la detestaban.
-Esta era la más alcahueta de todas. Además de que es una enfermita de la cabeza.
La entrevista era una colección de banalidades hasta que el periodista miró a cámara y pidió que mostraran las escenas registradas el día anterior. Mostraron un homenaje a AB y el resto de los rebeldes caídos, realizado en el auditorio de Radio Nacional. Hablaban los mismos artistas oficiales de cualquier régimen, cuando se produjo una interrupción. Desde el público pedía la palabra Patricia, y rogaba que la dejaran recitar una elegía por su amante muerto en combate.
El poema en cuestión era una porquería sensiblera escrita en verso libre, pero todos los asistentes aplaudieron conmovidos. Cuando el programa retomó la entrevista con Patricia, la joven poetisa inundaba la pantalla con un llanto plagado de mocos y de hipos. Cuando se tranquilizó volvió con su verborragia a inventariar las virtudes del amante muerto, para rematar su discurso con el compromiso de que, de ahora en más, su trabajo era mantener el nombre de su amado en la memoria popular.
Y me nombró a mi.
Un pedazo de corteza de pan se me atragantó y empecé a toser. Roberta, en vez de ayudarme, miraba el televisor e insultaba. Cuando por fin expulsé el pedazo de pan me enfrenté con Roberta.
-¡Podrías haberme ayudado! Me estaba ahogando.
-Si llega a ser verdad que tuviste algo con la gorda te ahogo yo.
Resulta que además de la amenaza de los vampiros y de AJ, ahora tenía que pelear contra una gorda mitómana y los celos de Roberta. 
Demasiadas batallas para un solo soldado.

lunes, 22 de julio de 2013

33 (S02E12)

El feriado del desfile terminó, sin mayores noticias ni emociones. Caminamos con Roberta por la ciudad como una pareja  común y corriente. Llegamos de vuelta a la casa caminando lento, casi de noche. Cenamos los sandwiches que habían sobrado del mediodía y un poco de fruta. Roberta, cansada, se durmió enseguida. Yo tardé un poco más.
Cerca de las cinco de la mañana me despertó la sensación de tener un círculo de metal apoyado en la mejilla. No terminaba de entender que pasaba cuando la voz del Indio me trajo a la realidad.
-Vestite. Vas a tener que acompañarnos.
Como Roberta empezó a moverse, el Indio apartó la pistola de mi cara, y dando un paso atrás nos puso a los dos en el rango de tiro. Mientras ella se sentaba en silencio, evalué las posibilidades de desarmar al Indio. Mi posición era desventajosa y cualquier error podía resultar en un disparo para Roberta. No tenía alternativas. Me puse de pie y me vestí. Roberta no hablaba, ni lloraba, solamente miraba un punto fijo en la pared. Supongo que ya había pasado por algún allanamiento.
Apenas salí del dormitorio me pusieron una bolsa en la cabeza y me inmovilizaron las manos con un precinto. Dos personas más, además del Indio, estaban a cargo del operativo. No hablaban entre ellos . Solamente le respondían al Indio con monosílabos. Sin maltratarme, me sacaron de la casa y me metieron en un auto. Debieron manejar unos cuarenta minutos. Por la cantidad de curvas y contracurvas era claro que estaban dando vueltas para desorientarme.
Finalmente entramos en una cochera y me bajaron. Caminamos por varios pasillos hasta que entramos en una habitación donde me sentaron en una silla y me descubrieron la cabeza.
-Espere acá sentado que ya lo van a atender- dijo uno de los tipos. Me dejaron solo en una oficina amplia. El lugar me resultaba conocido. Sillones cuadrados de cuero, bastante maltrechos; mobiliario racionalista, ambientes muy amplios y vidriados. Estaba en el palacio municipal. Lo recordaba porque de chico acompañaba a mi viejo a las reuniones de filatelistas que se realizaban una vez por mes en los salones del palacio. La oficina en la que estaba debía ser de algún funcionario jerárquico. Además de la puerta por la que había entrado, había otra, a un costado, que debía conectar con otras oficinas.
El análisis del ambiente se interrumpió. Alguien entró por la puerta principal.
-Para ser el nuevo héroe de la ciudad resultaste bastante pelotudo a la hora de elegir el escondite secreto.
La voz de AB, sin dudas.
-Y vos tampoco estuviste muy inteligente si pensaste que no iba a dar cuenta que me hiciste traer a la municipalidad.
-Beh, todo el operativo es parte de las boludeces que se le ocurren al Indio, y su banda de otarios. Se atragantaron con novelitas de espionaje y se hacen la película de que son "undercovers". ¿Querés tomar algo?
-Con las manos así se me hace difícil.
-Tenés razón, pero todavía no te voy a soltar, así que dejemos las cortesías para después.
-Serás hijo de puta...
-Más respeto, que con tu vieja yo no me metí nunca.
-¿Qué carajos querés?
-Necesito un favor.
-¿Y esta es tu idea de pedir un favor?
-Si. Porque el favor necesita de una determinada puesta en escena.
-¿Para qué?
-Para matarme y que parezca un atentado. No quiero que las nenas piensen que me suicidé.
Me quedé atónito. AB estaba delante mío, fuerte y entero como en las mejores épocas, pidiendo que lo matara. Como me quedé callado, AB caminó hasta el escritorio y se sentó. Durante un momento hizo como que acomodaba papeles y después, mirándome directo a los ojos, volvió a hablar.
- No me falles. Tenés que matarme.
-¿Por qué? ¿Por qué yo?
-Sos el único que puede hacerlo. Conocés la historia desde el principio y me vas a entender. Además te vas a convertir en un bandido de leyenda.
-Escuchame idiota, yo no quiero ser una leyenda. Me conformo con comer seguido y coger de vez en cuando. Ah, y también me gustaría encontrar a L. para reventarla a balazos. ¿Por qué no te matás vos?
-Ya te dije. Es por las nenas. No quiero que se enteren de lo que hice.
AB dejó de mirarme y se llevó las manos a la cabeza. Estuvo así, en silencio, un par de minutos. Luego se puso de pie, tomó aire y volvió a hablar.
-La última vez que me viste estaba hecho mierda. Ahora me ves sano, pero en realidad estoy mucho peor que antes. ¿Te acordás cuando fuimos al laboratorio?
-Si.
-¿Y de los papeles que robamos del Congreso?
-También. El único que los entendía era AJ.
-Ahí empezó el problema. AJ había sido mesurado hasta ese momento. Algo de lo que leyó le despertó la ambición y empezó a conectarse con el enemigo. Por supuesto que me di cuenta tarde. Mucho después del ataque al hotel.
-Mientras yo estaba oficialmente muerto.
-Así es, y yo en el hospital. Para ese momento, AJ ya había escalado en la estructura del nuevo gobierno. Había conseguido conocimientos muy valiosos y los supo usar.
-¿Y vos no pudiste pararlo?
-Al comienzo pensé que estaba haciendo lo correcto. Creí que con buen criterio, lo que el sabía podía servirnos. Incluso acepté prestarme a uno de los experimentos.
-No seas cínico. Suena demasiado altruista para ser la verdad.
-Pero lo es. Yo creí que íbamos a cambiar el país. Y también que si estaba sano volvería a ser un soldado más para la rebelión. Por eso acepté el procedimiento.
-¿Cual?
-El de regeneración. El programa que dirigían Julius y Abramovic. No sabía las consecuencias.
-¿De qué hablás?
-Soy un híbrido, imbécil. ¿No entendiste nada de lo que estoy hablando?
AB sacó del escritorio un abrecartas y se lo clavó en el antebrazo. No sangró.
-¿Entendés ahora?
-Si.
-Ya no soy un tullido, pero tampoco soy humano. ¿Te acordás del hermano Marcelo, viviendo escondido? No quiero eso para mi. Además empiezo a sentir el deseo de la sangre. ¿Qué va a pasar después? ¿Y si ataco a mi mujer, o a las chicas?
AB me hablaba de corazón, al borde del llanto, pero yo no podía sacar la vista del abrecartas. Definitivamente no era humano, o solamente había quedado una pequeña parte humana que me pedía un favor. No se lo podía negar.
-Está bien. Decime que tengo que hacer.
-Ahora yo trabo la puerta y te saco los precintos. En el cajón del escritorio hay una pistola y las llaves de un Lada. Ni bien me volás la cabeza, salís por la puerta lateral. El pasillo te lleva a un ascensor y de ahí al estacionamiento. El auto es el único rojo que hay en la cochera.
-Me van a seguir.
-Tenés la ventaja del tiempo que les lleve entrar acá y entender lo que pasó.
-El Indio sabe donde encontrarme.
-Después de que te trajo, lo mandé lejos con una excusa cualquiera. Hasta mañana no vuelve. Una cosa más. En la guantera del auto hay algo de dinero. Buscá a tu chica y escapate.
AB se sacó el abrecartas del brazo y lo usó para cortar el precinto que me ataba las manos. Mientras yo buscaba la pistola, AB trababa la puerta. Desde el escritorio lo miré, parecía un guerrero formidable. Sentí ganas de abrazarlo y llorar. Se paró delante mío y me habló por última vez.
-Podés dejar de portarte como un marica y disparar de una puta vez.
Le dí justo entre los ojos y cayó

lunes, 15 de julio de 2013

32 (S02E11)

El regreso a Córdoba fue bueno, a pesar de que me molestaba un poco la espalda en el ómnibus, no tanto por el asiento como por unos moretones que me había dejado Roberta noches atrás. El día siguiente al viaje a La Cumbre coincidió con un feriado extraordinario decretado por el nuevo gobierno, para que "cada pueblo y ciudad de la patria pudiera festejar la victoria". Roberta se despertó temprano, entusiasmada porque le gustaba ir a los desfiles. Su exaltación matinal empezaba a resultarme un poco incómoda, ahora que compartíamos el dormitorio. Se puso un vestido anticuado, estampado con lunares y se adornó con unos collares y aros de cuentas de plástico. Parecía escapada de una película de Lolita Torres. Ni bien salió del baño empezó a reclamarme que me vistiera rápido. Ya tenía preparada una canasta con sandwiches y un termo con café. Estaba hecha una señorita encantadora, aunque un poco artificial.
El desfile iba a pasar por Boulevard Chacabuco, así que tuvimos que caminar bastante. La calle estaba atestada de familias con banderas argentinas. En las esquinas había pancartas con las caras de los "Héroes Rebeldes", así que a Roberta le pareció divertido darme un largo beso delante del cartel con mi cara de mártir. Desde Boulevard Junín venían bajando los mismos tanque viejos de todos los desfiles, adornados con guirnaldas de flores. Los padres subían a sus hijos a los hombros para que los vieran pasar, y las mujeres aplaudían. No pude evitar pensar que, cuando tenía edad para subirme a los hombros de mi padre, había visto un desfile igual, a cargo de los que ahora eran los vencidos.
Mientras Roberta buscaba un mejor lugar para mirar, aproveché para sacarle un sandwich de la canasta. Iba masticando la mitad cuando me pareció reconocer una cara de mujer. Nos miramos un minuto. Ella se acercó. Recién cuando estuvo al frente mío reconocí a la mujer de AB. Tenía una expresión severa y dolida, como salida de una tragedia griega. En silencio me toco la mejilla con su mano para asegurar de que era yo, y sonrió apenas, de costado.
-Me dijeron que ahora te llaman "el cazavampiros"
Tuve el impulso de abrazarla pero me frenó.
-Sabés que nos siguen, a AB, a las chicas y a mí. No podemos confiar en nadie y están pasando cosas terribles. Mi marido va a necesitarte.
-Decile que me busque con el Indio. Estoy en casa de Roberta.
-No le cagués la vida a la chica. Al final nosotras no hacemos otra cosa que levantar los juguetes rotos que dejan ustedes- Dio por terminada la conversación y se metió entre la gente. Volví a tocarme la mejilla. Tenía la sensación de que me había transmitido un dolor profundo. Seguí así, quieto, hasta que me dí cuenta de que había perdido a Roberta. Como pasaba una banda tocando, era inútil tratar de llamarla. Camine de esquina a esquina por la misma cuadra hasta que la vi aparecer, radiante, llevando en la mano como si fuera un trofeo, un copo de azúcar.  Contemplándola, daban ganas de creer que era posible un futuro; aún sabiendo que era una ilusión tan sólida como el algodón de azúcar.

lunes, 8 de julio de 2013

31 (S02E10)

Mientras recorría de nuevo el camino al castillo Mandl, pensaba en la doctora H., shockeada por la tortura, pero lo suficientemente lúcida como para pedir que nos cercioráramos de que Abramovic estaba muerta. Estaba claro que H. había visto en el laboratorio muchas cosas más de las que llegó a contarnos. La recuperación milagrosa de AB, como en su momento la longevidad del líder, no podían deberse más que a los experimentos del doctor Julius y su socia. Existía la posibilidad, también, de que esas investigaciones le hubieran permitido a Abramovic sobrevivir al incendio y al ataque al hotel. Así que esta vez tenía que asegurarme.
Llegué a la puerta con el sol del mediodía quemándome la cabeza. Para ser otoño hacía un calor anormal. Aunque los rastros del incendio eran todavía visibles en la pintura, la estructura se veía sólida como siempre. Los techos habían sido reconstruidos. Se veía que habían trabajado mucho y bien. Instintivamente me toque la cara, como si tuviera todavía la hinchazón de los golpes y la tortura.
Aunque en la explanada no había ningún vehículo, tampoco la situación era para confiarse, así que busqué la entrada trasera. La puerta era nueva, pero como la cerradura era ordinaria me bastaron un par de golpes para entrar.
Recorrí la despensa y la cocina. Estaban despejadas pero con indicios de actividad reciente. Una taza sucia en el lavadero, un paquete de galletas abierto, y sobre la mesa un termo con agua todavía caliente. Seguí hasta el salón principal. Limpio y vacío. Subí la apuesta y busqué el camino al laboratorio, pero antes revisé que la pistola y el revolver estuvieran en su lugar. Recorrí los escalones con cuidado. Otra vez sentía las fosas nasales dilatándose mientras respiraba. La puerta del laboratorio estaba entreabierta y podía escucharse el ruido de alguna máquina. Asomándome un poco pude ver que era una centrífuga. Cuando se detuvo, una mano fue sacando los tubos de ensayo. Después la mano salió de mi campo visual. Me pegué a la puerta y esperé. Sentía como me latían las sienes y se me tensionaban las manos. La subida de la adrenalina me provocaba una molestia en los riñones y calor en las orejas. Entonces la volví a ver, de espaldas, llevando unas muestras a los microscopios. Era Abramovic.
El momento había llegado. Sin mover la puerta entré rápido y silencioso. Tomé un bisturí de una bandeja de instrumentos y en pocos pasos estuve detrás de ella. Algo debió sentir, porque cuando estuve a punto de rebanarle el cuello, se dio vuelta y apenas llegué a herirle un brazo. Se me tiró encima para agarrarme las manos y desarmarme. En el forcejeo trastabillé y caímos juntos al piso. Abramovic daba pelea pero me las arreglé para ponerla de espaldas en piso. Liberé la mano izquierda y le di una trompada a la altura de la oreja para aturdirla. Funcionó. Me dejó libre la mano en la que tenía el bisturí. Tomé impulso y se lo clavé en un ojo. Empezó a gritar como un chancho degollado. Iba a matarla, pero antes me iba asegurar de que sufriera. Me levanté del piso y di unos pasos hacia atrás para poder apuntar bien. Abramovic se puso de pie, y sin parar de gritar, movía las manos como aspas tratando de sacarse el bisturí. Para que se quedara quieta le disparé en una rodilla. Cayó como una marioneta a la que le cortan los hilos. Siguió moviendo los brazos así que le metí un tiro en cada hombro. Ahí se quedó quieta y dejó de gritar. El ojo sano me miró. Se le notaba el terror. Me pareció justo. Para demorar un poco la ejecución me acerqué y le pregunté:
-¿Se acuerda de mí?
Contestó algo en un idioma que podría haber sido rumano, serbio o cualquier otro de Europa oriental. Cuando estuve a menos de un metro se calló, respiró hondo y empezó a murmurar algo que sonaba como un rezo. Con una mano le levanté la cabeza y con la otra le metí la pistola en la boca. Como se resistía tuve que empujar y le arranqué un diente con el golpe del cañon. El ojo sano lloraba por el dolor, pero no me conmovía.
-Esta va por la doctora H-, dije, y gatillé.
La pared del laboratorio quedó con una mancha en forma de flor, el cuerpo de Abramovic en el piso, rodeado de sangre, dientes y pedazos de cerebro.
Si había alguien más en el castillo tendría que haber sentido el ruido y estaría viniendo al laboratorio. Esperé media hora y nadie apareció. Seguramente L. estaba con Sanchez en Tucumán. Afuera todavía brillaba el sol. Me sentía animado así que decidí que la ocasión merecía que volviera a dejar mi firma. Con la sangre de la doctora escribí en la pared "el cazavampiros estuvo aquí", y como todavía me quedaban balas, me dediqué a destrozar el equipamiento del laboratorio. Después salí tranquilo del laboratorio, de buen humor y caminando lento, a buscar la terminal de ómnibus.

lunes, 1 de julio de 2013

30 (S02E09)

El clima ha sido raro la última semana. A la exaltación política se le sumó la humedad, el calor y la neblina. La gente está alterada, no contenta. Como la mayoría de las fuerzas de la rebelión se trasladaron a Tucumán, nos pareció seguro volver a la casa de Roberta. Seguramente estarían ocupados en cosas más importantes que seguirme.
La casa estaba revuelta pero, por la manera torpe en que había sido revisada, no me quedaron dudas de que se habían sido ladrones comunes. En realidad podría haber sido cualquiera, hasta los vecinos. La mayoría de lo que robaron eran conservas de la alacena. Conservas que yo  había conseguido de la misma manera, así que no había mucho margen para lamentarse.
Roberta volvió a la cinemateca, donde nadie parecía haber notado su ausencia, porque en realidad ninguno de los empleados demostraba interés en trabajar. Aproveché el tiempo solo en la casa para realizar pequeños arreglos y pensar. La relación con Roberta me resultaba pesada. No porque ella manifestara alguna demanda sino por la posición que ella había tomado, y por consiguiente, el lugar que ocupaba yo en ese cosmos. De un momento para otro me encontraba jugando a la casita. A pesar de ser un ladrón, un asesino y un fugitivo, para ella era el muñeco que venía a completar sus fantasías.
Con el pasar de los días todo se volvía previsible. Hasta el sexo. El jugueteo, las uñas en la espalda, las mordeduras, todo me parecía una secuencia repetida.
Incluso los cadáveres que aparecían en el parque eran iguales entre sí, como utilería de una película vieja. Después del día del triunfo hubo festejos en las calles y los vampiros aprovecharon la falta de cautela de la gente para saciarse el hambre atrasada. El diario publicó la noticia de cinco muertes "extrañas" con causas todavía no establecidas. Seguramente escondían muchas más. Las autoridades hablaron de los "desocupados" del régimen vencido.
Como el aburrimiento se estaba convirtiendo en una amenaza más peligrosa que los vampiros decidí que lo mejor que podía hacer era cambiar de ambiente. Si Sanchez era ahora parte visible del gobierno, L. tendría que estar activa y cerca. Una nueva expedición al castillo Mandl podía darme pistas. Empecé por revisar el armamento y la ropa para llevar. Estaba evaluando la manera de transportarme cuando Roberta me interrumpió con una sorpresa mayúscula y desagradable: empezó a pedirme explicaciones sobre mi destino y planes. Ya me había pasado años atrás con mi exmujer. Pasado el primer momento del idilio se convirtió en una tormenta de cuestionamientos. Pero en aquella ocasión el proceso llevó casi un año, no las semanas que se tomó Roberta. Ahí estaba yo, ladrón y asesino, otra vez buscando excusas para zafar de una mujer. Pero esta vez hice algo radicalmente distinto, dije la verdad. Le relaté toda la historia del Congreso de los vampiros, de la Alianza, los túneles, las persecuciones, el laboratorio, las torturas y los asesinatos. La historia debía sonar los suficientemente inverosímil como para que Roberta se hartara y me echara de su casa, pero hizo algo desconcertante. Me escuchó atentamente. Cuando terminé se puso de pie, me abrazó y me besó. Después, sin decir nada, buscó en su armario un bolso y empezó a acomodarme el equipaje que según su criterio era indispensable para mi expedición.Definitivamente mi carrera como héroe se tornaba cada vez más absurda. ¿O alguien pensó alguna vez en la posibilidad de ver a la mujer del doctor Van Helsing preparándole el maletín y afilándole las estacas, antes de partir hacia Cairfax?

lunes, 24 de junio de 2013

29 (S02E08)

Dos días más en el hotel y la situación se hizo insostenible. El primero después de la primera vez con Roberta transcurrió con una dinámica extenuante: cada silencio incómodo era interpretado por ella como una insinuación, y emprendía el trabajo con la dedicación propia de un scout. No es que yo sea un exquisito (sobre todo después de meses de abstinencia) ni un experto amante pero la verdad es que Roberta era un poco torpe. También ruidosa. Por suerte, su tendencia a la somnolencia me eximió de la conversación post coito. El segundo día lo pasamos entre la cama y el lobby, donde estaba el único aparato de TV.
Con el  gobierno rebelde la televisión no mejoró demasiado. La censura era la misma. Los triunfadores, los perdedores y las víctimas son apenas diferentes. Las denuncias contra el gobierno anterior son todas calcadas. A la noche el noticiero interrumpió el aburrimiento: la recuperación de Tucumán era inminente. Roberta se puso feliz de una manera inexplicable. La única explicación que me cuadró es que necesitaba sentirse protagonista de la historia. Busqué alguna excusa para salir solo a la calle a caminar. Por suerte cuando volví la encontré dormida. Tener a Roberta a favor estaba resultando una situación tan delicada como había sido tenerla en contra.
La mañana siguiente fue definitivamente anormal. Saltándose todas las reglas de este tipo de hotel, el viejo pasó a los gritos por los pasillos a que la gente saliera a ser testigo del momento histórico. La tele mostraba la entrada de las tropas a la capital.
La ingenuidad de la gente puede ser asombrosa. Para mi era evidente, por la prolijidad del trabajo de cámaras, que el evento había sido coreografiado de manera minuciosa. Hasta las desprolijidades eran claros ejercicios de estilo del realizador. Los uniformes estaban limpios y planchados, sin rastros de tierra o de sangre. En ninguna parte se podía sospechar el hambre de los soldados, seguramente seguido de los saqueos y las violaciones a los tucumanos. Solamente se veía alegría, banderas y los dirigentes con los brazos en alto, subidos a un camión.
Aposté conmigo mismo a lo obvio y acerté. la comparsa terminó su recorrido en la Casa Histórica. El nuevo gobierno iba a tomar el poder como si doscientos años después volviera a jurar la independencia. El salón central estaba iluminado como un estudio. Era evidente que el gobierno buscaba una imagen para fijar en la memoria colectiva. Mi memoria, en cambio, no registraba  la emoción o el fasto si no el asombro. Ahí estaban mis antiguos compañeros bajando del camión de los triunfadores: AJ, de uniforme militar, y un poco más atrás, AB, sin bastones.
Rengueaba un poco, pero ya no era el tullido que había visto semanas atrás. Inmediatamente pensé en el laboratorio del castillo Mandl, los experimentos de regeneración, y en como habíamos matado a Julius y Abramovic. La doctora H. había tenido razón. Aquella vez debimos habernos asegurado de que Abramovic estaba muerta. Ella o alguno de sus discípulos continuaba el trabajo, pero para otros patrones.
Seguí mirando la tele y encontré el eslabón. Entre el desfile de triunfantes me pareció reconocer a Sanchez. Bastaba un pequeño paso paso para inferir que la presencia de L.
Al final, los amigos iban y venían entre los bandos, pero el verdadero enemigo, el más fuerte de los enemigos, era el mismo desde el primer momento.

lunes, 17 de junio de 2013

28 (S2E07)

Después del encuentro con Sanchez estuve dos días encerrado en el hotel. Al tercer día salí a caminar y a robar algo que me permitiera pagar el alojamiento y la comida. Por suerte la gente seguía contaminada de una epidemia de euforia.  El común de las personas estaba a la vez  exaltada y descuidada. Según  los diarios, el triunfo final era inminente. Con una prosa inflamada se declaraba que, a casi doscientos años de su comienzo, la batalla final por la independencia volvía a librarse en Tucumán. Como el pueblo es tan optimista como desmemoriado, no recordaban que hace cuarenta años la prensa decía lo mismo, celebrando el régimen que ahora veíamos caer.
Cuando salía, el viejo de la recepción trató de darme charla, con algún comentario sobre los problemas de su sobrino. Lo despaché educadamente. El resultado de la expedición fue bueno, conseguí algo de dinero y comida, y demoré la vuelta al hotel paseando por Nueva Córdoba. Las casonas viejas estaban sucias y descascaradas. En los jardines y balcones asomaba la ropa tendida de las muchas familias que vivían hacinadas.
De regreso al hotel tenía la sensación de que algo había cambiado, el viejo me miró con más atención, la cabeza erguida y los ojos brillosos. Entre las arrugas de su cara se podía suponer una sonrisa o una mueca. No me dijo nada. Descolgó la llave de la habitación del tablero y la dejo sobre el escritorio con un golpe. Al mismo tiempo fingía una carraspera. El hombre pretendía tener una complicidad, como si supiera algo que me implicara. Levante'la llave con cara de desentendido. Si alguien me emboscaba en la pieza, seguramente también estaba vigilada la puerta del hotel. Calculé que lo más lógico era resolver el inconveniente con la pistola veintidós, y después escapar por los techos.
Llegué a la habitación. La puerta estaba apenas entreabierta. Si habían venido por mi, no eran profesionales. Saqué la pistola, le quité el seguro, y a la cuenta de tres entré a las patadas. Roberta, sentada en la cama dio primero un grito y después empezó a llorar de una forma escandalosa. Por suerte la gente que paraba en el hotel estaba acostumbrada a escándalos peores, así que nadie se acercó. Mientras Roberta lloraba, mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de resolver muchas preguntas: ¿Cómo había llegado? ¿A qué había venido? ¿Si esta mujer había recibido instrucción militar, por qué lloraba tanto cuando le apuntaban?
En vez de seguir haciéndome preguntas fui a calmarla. Cerré la puerta y dejé la pistola sobre un silloncito desvencijado. Me senté en la cama al lado de ella y le pasé el brazo por encima del hombro para calmarla. Había dejado de gritar pero lloraba de forma espasmódica e hipaba. Tenía la cara húmeda de lágrimas, mayormente, y quizás algo de moco y saliva. El poco maquillaje que tenía se había desdibujado y caía arrastrado por las lágrimas, manchándole la blusa. Le crucé el brazo libre por delante para cerrar lo que yo pensaba sería un abrazo fraternal. Roberta paró de llorar. Apoyó una mejilla en mi barba y suspiró, largo y bajito. Después giró violentamente y puso su boca encima de la mía. Los dientes chocaron. Me mordió un labio. Sentí el calor y el gusto de la sangre. La agarré por la nuca y, tirando de su pelo, aparté su cabeza de encima de la mía. Respiré. Lo único que vi de su cara fue su boca. Una línea pareja de dientes por donde escapaba un jadeo rítmico. Alrededor tenía una mancha que podía ser tanto mi sangre como el maquillaje corrido. Sentí el impulso de lamer y después le metí la lengua en la boca. Los puños de Roberta me pegaban en la espalda. Ella también me agarró la cabeza con una mano, mientras la otra me sujetaba por la cintura. Por un momento pensé que iba a darme vuelta en la cama con una llave de lucha libre. Dejé la lengua quieta. Roberta movió la boca cerca de mi oído y habló:
-No vuelvas a dejarme, -dijo. Después se puso a jugar con los dientes con el lóbulo de mi oreja. Al rato volvió a hablar.
-Corré las cortinas y apagá la luz.
Una hora más tarde me levanté para ir al baño. Me miré en el espejo con la sensación de triunfo que se tiene después del sexo. Estaba contento. El único detalle que desentonaba era la boca hinchada y la mancha de sangre en una de las comisuras.


lunes, 10 de junio de 2013

27 (S2E06)

Antes de que Roberta se despertara le dejé una nota explicándole que partía en una misión especial y que no iba a verme por unos días. Recogí la poca ropa que había conseguido desde que me había instalado con ella y me fui. Junto con la nota le dejé un poco de dinero.
Encaré para la zona de la vieja terminal de ómnibus y busqué alojamiento en una pensión roñoza de la calle Velez Sarsfield. No tardé mucho en darme cuenta por los ruidos de que el local funcionaba como albergue transitorio para parejas y que además estaba infestado de ratones.
Los dos primeros días no salí mucho. Tampoco descansé. Los gritos de las otras habitaciones no eran el problema. Era mi propia actividad mental la que me quitaba el sueño. Empecé a diseñar un plan para llegar hasta AJ. Tenía que tender algún tipo de trampa que me permitiera entrar en contacto sin convertirme en un blanco fácil. Al tercer día de estar encerrado, el viejo desdentado de la recepción me comentó una noticia que me dió la idea que necesitaba.
El hombre me contó que estaba preocupado porque su sobrino bebía demasiado. Que tenía miedo por el chico, porque hablaba de cosas imposibles, deliraba. Le había relatado que, paseando por el parque Sarmiento de noche, con unos amigos, vieron salir una mujer del agua de la laguna Crisol. Estaba desnuda y se les acercó. El chico corrió por las dudas. Cuando encontró un lugar seguro vio como la mujer agarraba del cuello a uno de sus amigos y lo arrastraba al agua.
-Ya ve -dijo el viejo-, hace seis meses era un pibe normal, y ahora seguro se está metiendo alguna droga que le hace ver pelotudeces.
Le di la razón al viejo y simulé estar ocupado en algo para cortar la conversación. Ahora tenía un buen dato: en el parque había uno o varios kappas que no estaban respetando la tregua. Si esto era así, el gobierno u otros vampiros  los estarían vigilando. Me bastaba con liquidar uno para que apareciera alguna brigada.
Aunque tenía la idea, no sabía por donde empezar. Decidí echarlo a suerte. Cara: esperaba en el hotel y pulía el plan; número, pasaba a la acción improvisando. Salió número.
Esa noche, después de cenar, me fui al parque. Compré una cerveza en un puesto de choripanes y seguí camino hasta la laguna. Hacía como que tomaba pero en realidad me humedecía la ropa con la cerveza. Quería parecer borracho para que los kappa pensaran que tenían ventaja. Cuando llegué al borde de la laguna me senté a esperar en el embarcadero de los botes a pedal. Pasó una media hora sin que nada se moviera. Después de quince minutos más sentí ruidos. Me palpé la sobaquera para confirmar que la pistola estuviera en su lugar. Volví a escuchar ruidos. Claramente venían del agua y muy cerca de mi. Me quedé quieto y vi aparecer un kappa joven. No era demasiado grande y además, parecía demasiado confiado. Lo dejé llegar a un metro de distancia  y ahí le disparé un tiro a la boca. Cayó de espaldas en la parte baja de la laguna. Lo dejé vivo para que gritara un buen rato. Cuando consideré que había hecho suficiente escándalo, lo arrastré hasta la tierra y lo rematé de un balazo entre los ojos. Volví al embarcadero y me senté a esperar.
Después de otra media hora sentí el ruido de un auto. Me escondí detrás de un kiosko y vi bajar dos personas sin uniformes. O eran curiosos que escucharon los disparos o eran de alguna fuerza especial. El más flaco de los dos me pareció conocido así que traté de acercarme un poco más para verlo mejor. Cuando se agachó sobre la baba que dejó el kappa, hizo un gesto que me permitió reconocerlo: era Sanchez. La delicadeza con la que manipulaba los guantes y tomaba muestras demostraba tanto su prolijidad como el gusto por su trabajo.
Aún sabiendo que era un mercenario inmoral, Sanchez me caía simpático. Había algo en sus maneras, algo artísticas, que lo hacían fascinante. Me pareció oportuno cambiar de estrategia y  abordarlo. Salí a cruzarlo, sin esconderme, pero sin brusquedades.
-Buenas noches Sanchez. Espero que le haya gustado mi invitación.
El agente que estaba con él me apuntó, pero Sanchez le indicó con una seña que bajara la pistola. Se sacó los guantes y me miró. Tenía un aspecto cansado. Esperó a que estuviera cerca de él para contestarme:
-Si quería conversar podía buscarme en el mercado. No hace falta que me haga trabajar horas extra.
Se apartó un poco y le dijo al agente que volviera al auto. Después caminó un poco por el borde del lago. Me miró sin ninguna emoción en particular. Por un instante pensé que era un amigo hasta que volví a escuchar su voz; -sígame- y lo seguí.
Durante unos minutos se limitó a mirarse los guantes sin decir nada. Cuando tomé la decisión de hablar, él se me adelantó.
-Y bien, ¿tomó alguna decisión?
-¿Sobre qué?
-Sobre cual es el bando que le conviene.
-Esto no es una cuestión de conveniencia.
-Perdón, ¿usted lucha por la humanidad?
Se detuvo a mirarme un momento hasta que volvió a hablar.
-¿Usted es ingenuo, cínico o solamente estúpido?
-Cuidado Sanchez. Yo a usted no lo ofendo. Además estoy armado.
-Yo también, así que no me venga con pavadas. Ya sabe que acá se es lobo o se es comida.
-Homo hominis lupus.
-Dígalo como quiera. Yo peleo por un bien mayor: el bienestar que me da el dinero. Y usted está en esto por atolondrado, para salir del aburrimiento, o a lo mejor para impresionar a la marimacho de la Cinemateca. No me va a hacer creer que quiere un mundo mejor.
-Ustede no me conoce Sanchez.
-No es distinto de los cientos de personas que alguna vez tuve que disolver o enterrar.
Me detuve un momento y lo dejé adelantarse. Si le disparaba ahora lo mataba seguro y escapaba sin que el otro agente pudiera actuar. Sanchez se dio cuenta de mis intenciones.
-Si lucha por un mundo mejor, ¿por qué no me disparó todavía?
-No sería honroso matarlo por la espalda.
-Buena excusa, pero no le creo. En realidad necesita el placer de jugar con la presa. Usted no es mejor de los que dice combatir. Entonces, ¿para que montó esta escena? ¿Por qué se quedó a esperar después de matar al kappa?
-Necesito un contacto distinto de AB para  llegar hasta la junta.
-¿Y pensó que armando un escándalo podía atrapar algún agente que lo lleve a las autoridades? ¿Eso es un plan?
Sanchez se había dado cuenta de que estaba improvisando.
-¿Para qué quiere ver a la Junta? ¿Para preguntarle a sus amigos por qué lo abandonaron? ¿Por qué se alían con los que antes eran enemigos? Usted es más imbécil de lo que pensaba. Realmente cree tener una misión. Hágase un favor, salga de la clandestinidad, finja amnesia, y después disfrute el papel de héroe antes de que alguien lo apuñale por la espalda. Buenas noches.
Guardó los guantes en un bolsillo y se fue hacia donde estaba el otro agente y el auto. Empezaba a clarear. Volví por el camino y pisé el charco que había dejado el kappa al reventar. Lo había matado en un intento de moverme hacia adelante, y sin embargo me sentía igual de empantanado que antes. Volví al hotel pateando tachos de basura como si fuera un adolescente

lunes, 3 de junio de 2013

26 (S2E05)

Como es común en los sueños estaba desdoblado. Nadaba en el mar mientras me miraba desde los alto de un acantilado. El que miraba estaba aterido. El que nadaba no. El cielo estaba cubierto por las nubes y no veíamos el sol, pero sabíamos que la hora era cercana al mediodía.
El viento fue deteniéndose de a poco y las olas dejaron de salpicarme la cara mientras nadaba. En el acantilado me acomodé el gabán para protegerme del frío. Las nubes se abrieron y dejaron pasar un poco de sol. Mientras nadaba sentí el calor en la espalda y vi el reflejo de la luz en el agua. Entre la espuma me pareció ver una sombra. Desde el acantilado vi claramente la ballena moviéndose bajo el agua, pero estaba demasiado cerca de mi como para poder alcanzar la costa nadando. Vi como me tragaba.
Me levanté lagañoso y con la boca pastosa. Roberta no estaba mirándome, dormía tranquila en su habitación. Con el paso de los días se había acostumbrado a mi presencia en la casa. Mi papel era el de perro guardián,   además de proveedor de alimentos extra. Todavía o amanecía pero sentí movimientos afuera de la casa. Me apuré a apagar la lámpara que había prendido. Escuché dos voces hablando bajo, luego una de ellas dijo claramente:
-Sabemos que estás ahí. Dejate de joder y abrí que te traigo un mensaje.
Reconocí la voz del Indio. Abrí y lo vi parado en el jardín, dándole indicaciones a un chico para que custodiara.
-¿Paso o salís? -me dijo.
-Si sos capaz de hablar bajo pasá, todavía hay gente durmiendo.
-¿Ahora sos atento con las mujeres?
-No me conocés tanto como para ser sarcástico. Callate y entrá.
El Indio se sacó los guantes y la boina que traía y los dejó sobre la mesa. No se sacó el abrigo ni se sentó. Me miró de arriba a abajo.
-¿Alguien duerme mal?
-Si, porque vienen de madrugada a preguntar pelotudeces. ¿A qué viniste?
-Te traigo noticias de AB. Dice que te cuides. Que la Junta Provisoria sabe que estás vivo. Y además, que si te divierte hacer ejecuciones, por lo menos tené la delicadeza  de no dejar la hilera de piedras como Pulgarcito.
-Bien, ¿y de ahí qué?
-Parece que no entendés como están las cosas.
-Y según vos ¿cómo están?
-Estamos en guerra. Dejá de hacerte el pelotudo.
-¿Alguna vez dejamos de estarlo? Yo llevo toda la vida en guerra.
-Sabés de lo que te estoy hablando. Ahora es urgente ganar Tucumán.
-¿Y con los chupasangre qué hacemos? ¿Negociar una tregua?¡Qué poco que tardaron en convertirse en la misma mierda que combatimos!
-¡Vos no entendés nada! No podemos abrir tantos frentes. Hoy hace falta ser político.
-¿Eso es lo qué piensa AB?
-No. Eso es lo que el momento impone. AB lo aceptó por ahora, pero es una bomba de tiempo. Se está convirtiendo en un obstáculo igual que vos. Hay días en que  quiere salir a pelear y días en que vendería a la madre para que el dolor no lo deje  más reventado de lo que está. De todas maneras, no te acerques  a la casa. La gente de la Junta te va a ejecutar sin preguntas. Total, ya aprendieron que con un poco de cal las osamentas quedan limpitas.
El Indio recogió los guantes, la boina y salió. No era mal tipo el Indio, pero estábamos a punto de quedar en bandos contrarios.
Me quedé pensando: si AB estaba rodeado y la Junta conocía mi domicilio no me quedaban muchas líneas de acción. O volvía a escapar o me estrellaba a lo kamikaze. Me acordé del Hermano Marcelo, que había quedado en el medio de dos bandos. Se me ocurrió que no lo habían encontrado simplemente, si no que él se dejó atrapar y matar. Escapar cansa. A lo mejor fue por eso que la ballena me había alcanzado en el sueño.

lunes, 27 de mayo de 2013

25 (S2E04)

Antenoche descubrí a Roberta mirándome mientras yo dormía. Habrían sido las dos de la mañana cuando me desperté y noté que ella estaba en el sillón frente al sofá. Hice como que seguía dormido.
Estuvo unos cuarenta minutos hasta que volvió a su habitación. Por la mañana no dijo nada pero la noté taciturna. Aunque sea con una perfecta extraña, la convivencia con una mujer siempre es una situación de equilibrio inestable, donde uno trata de adivinar que piensa el otro. Esta verdad la había olvidado, hasta que un gesto de Roberta me hizo acordar a mi exmujer, y a sus delicadas maneras de hacerme saber de su desazón o su hartazgo. Definitivamente debe haber algo en mí que hace que las mujeres duden. No importa si llevo a casa un sueldo o, como pasa ahora con Roberta, comida buena robada de algún almacén.
Como la inacción me estaba fastidiando salí temprano a buscar algo para hacer. La vida peleando por sobrevivir va creando la necesidad de acción. El aire de la mañana estimulaba el deseo de cazar, de encontrarme con L. o alguno de sus esbirros y destrozarles la cabeza.
El barrio donde vive Roberta está lleno de casas viejas que parecen deshabitadas. Alguna seguramente sería un nido de vampiros. Identificarlos no es difícil. Hay que estar atento a una serie de indicios. Generalmente el aspecto del frente es de descuido y abandono, pero de una manera demasiado prolija y estudiada. Las aberturas suelen tener seguros, persianas en buen estado, y otras previsiones contra la luz.Son pocos los que pueden moverse en pleno día.
Caminé dos horas hasta que encontré la casa. Tenía un jardín al frente, con el pasto crecido y las paredes cubiertas de enredaderas. El detalle delator  era la puerta. Ahí no había plantas, y la chapa de la cerradura era nueva. Empecé a sentir la excitación en el cuello y de ahí fue bajando al resto de la columna vertebral. Uno a uno los músculos del cuerpo fueron poniéndose en estado de alerta. Sentía la lengua hinchada adentro de la boca, y el aire entrando y saliendo por la nariz. A medida que respiraba sentía el pecho agrandándose, y la tensión en las manos me llevó a hacerme sonar los nudillos. Me sentía feliz de saber que estaba por matar.
La puerta no fue un obstáculo. Trepé al techo desde una tapia, y de ahí salté al patio interno de la casa. Demasiado fácil. Estos bichos se confían de la ignorancia de la gente. Entré en la casa. Había una sala pequeña que comunicaba con un baño y dos habitaciones. Más adelante, seguramente en el frente de la casa, una cocina y un living.
Después del reconocimiento del lugar me asomé a los dormitorios. El olor era el de una madriguera: mezcla de suciedad y podredumbre. Seguramente los restos de alguna presa a medio comer, estaría juntando gusanos por ahí.
Tenía que armar una estrategia. Si había más de uno, la única manera de salir vivo era matar al primero de la manera más silenciosa posible. En la cocina encontré un par de cuchillos viejos, que habrían pertenecido a la familia que alguna vez vivió ahí. En el pantalón busque mi linterna y entré al primer dormitorio apuntando la luz al piso para no despertar al engendro.
Fue un trabajo sencillo. Cuando uno sabe cual es el punto correcto del cuello para clavar el cuchillo, la cabeza se desprende sin demasiadas complicaciones. No llegó a reaccionar. De un solo golpe el colchón quedó cubierto de la baba inmunda que largan estas cosas.
Pasé al segundo dormitorio con ganas de más acción. Después de todo, hasta ese momento la emoción no había sido la del cazador con la presa sino la del matarife de ganado. Quería algo más sucio. Una silla vieja, desencajada en un ángulo de la habitación me dio la idea: la estaca, la vieja y romántica estaca. Un homenaje a la literatura gótica y la satisfacción de matar, todo de una sola vez.
En un santiamén arranqué la pata de la silla y me paré al lado del animal. Era una hembra. Tenía un aspecto casi bonito, pasaba por humana. Pero no. La boca estaba sucia de sangre, que seguramente todavía estaba digiriendo. Le apunté la linterna directo a los ojos, quería que supiera que iba a matarla, que se sintiera víctima. En cuanto intentó reaccionar, caí con todo el peso del cuerpo sobre su pecho. Con las dos manos le clavé la pata de la silla. Gritó.
Tardó poco en morir pero para mi fue una eternidad. Como si el tiempo se hubiera suspendido y lo único que existiera fuera el grito de ella, y el aire que me entraba y salía por los pulmones. Me mordí los labios para no gritar yo también.
Me faltaba una cosa por hacer. Dejar mi firma. Hacerle saber a los otros vampiros que ellos podían ser mis próximas víctimas. Pensé en escribir algo en la pared, por ejemplo alguna cita del Drácula de Lugosi, pero era un gesto amanerado e inútil. Opté por la provocación, con punta de la estaca mojada en la baba del vampiro escribí en la pared: "llamen a Sanchez para limpiar", y me fui, por la puerta del frente, reventando de felicidad y placer.

lunes, 20 de mayo de 2013

24 (S2E03)

Después de tres días de guardia entre la casa de AB y el mercado, sin grandes resultados, vivir en lo de Roberta dejaba de ser seguro. Por varias razones: la posibilidad que alguien me identifique, de que los vampiros me encuentren, o, peor aún, que Roberta realmente creyera que teníamos una relación. Ya empezaba a notarle en la cara la intención de hacer preguntas. Es ingenua pero no estúpida. Debe darse cuenta de que si yo fuera realmente un héroe con una misión no estaría tanto tiempo escondido sin contacto con las autoridades del nuevo orden.
Anteayer, sin embargo, la suerte empezó a cambiar. Aunque no di con AB en el mercado, encontré al Indio.No es del círculo más próximo a AB pero su mujer si. Tiene los medios para hacer llegar un mensaje y es de fiar. Ayer  me buscó para decirme que  a partir de las cinco de la tarde AB me esperaba, pero tenía que ir vestido de enfermero. Pensé que era un chiste pero por las dudas pasé por la lavandería del Hospital San Roque y robé un uniforme. A las cinco estaba en la puerta de la casa. La custodiaban dos chicos que no debían llegar a los veinte años. Me miraron desconcertados, no desconfiados. El más alto me habló:
-¿Qué quiere acá?
-Vengo a controlar al enfermo.
La respuesta me salió espontáneamente. Ahí me di cuenta de que AB no estaba jugando una humorada si no que me había dado las instrucciones para poder pasar. El chico volvió a hablarme:
-Pero ayer vino otro...
-Claro.
-¿Y por qué viene usted hoy?
-Porque atendemos distintas especialidades.
El chico empezaba a ponerse molesto con las preguntas. El otro, aburrido, se rascaba sin disimular.
-Pero a mí no me avisaron que hoy tenía que venir alguien.
-Vea jovencito, yo no tengo la culpa de que no le avisen; y mejor me deja pasar si no quiere que sus superiores lo manden de una patada en el culo a limpiar parques y paseos.
Redoblar la apuesta siempre funciona con los más jóvenes. Además como seguramente el chico debe recibir una porción más grande de racionamiento por custodiar al héroe, no debía querer que por un detalle menor se le escaparan los privilegios. Me franqueó el paso.
Hacía mucho tiempo que no entraba a la casa de AB, desde que él y su familia me tuvieron escondido. No tuve mucho tiempo de evaluara cambios porque  la voz del amigo me recibió detrás del codo del pasillo.
-¿Así que ahora sos médico? ¡Qué mal que estaremos  que cualquier potz consigue un título!
Estuve por contestar una guarangada, pero me detuve cuando AB estuvo frente a mí: estaba hinchado, caminaba apoyado en dos bastones canadienses. La pierna derecha estaba sostenida por un aparato ortopédico. Como se dio cuenta de mi desconcierto optó por fugar por el lado del humor.
-¿Viste que dicen que todos los rengos son traidores? ¿Te vas a arriesgar conmigo para ver si soy la excepción?
Intenté acercarme y darle un abrazo pero me paró hundiéndome uno de los bastones en el estómago.
-No se te ocurra. Que estar rengo no me hizo más blando. Además tengo tantas dudas sobre vos, como vos tenés sobre mí.
Bajó el bastón y giró en el pasillo.
-Andá para el patio que con unos mates de por medio me vas a explicar donde carajos te habías metido.
Mientras caminaba delante mío me di cuenta de que además del aparato en la pierna llevaba un corset. Definitivamente, aún considerando los meses de hambre, yo era el que mejor había salido del asalto al Hotel.
En el patio, AB se sentó en un banco y me hizo señas de que hiciera lo mismo, a su lado. Apenas lo hice sentí el círculo del caño de una pistola a la altura de los riñones.
-Bueno, como se ve que en el Hotel no recibiste la misma dieta de plomo que yo, te doy la oportunidad de que empatemos. Explicá para quien jugás o empiezo a hacerte agujeritos.
-Escuchame schwartz pudnik,  sacá eso de ahí que si hubieras sido bueno tirando no estarías ahora cosido como un matambre.
-Bueno, pero eso no te garantiza que no salgas de acá con plomo suficiente como para ir a pescar carpas al dique.
AB sacó la pistola, se rió un poco y después empezó a toser. En medio del catarro se tocó las costillas. Le saltaron unas lágrimas de dolor hasta que pudo controlarse.
-Ves, pelotudo, seguro que viniste a matarme. Al final va a resultar que el loco de AJ tiene razón y vos estabas en el otro bando desde el principio.
-¿De qué mierda hablás?
Durante dos horas AB se dedicó a explicarme los reagrupamientos que siguieron a la muerte del líder, las peleas en la Alianza, con el ascenso de unos y la consecuente caída de otros.
-El orden que viene no es mejor. La verdad se me apareció delante como un camión en contramano, el día que lo escuché a AJ hablar de "razones de estado"
-¿Y vos que hacés? ¿Cuál es tu juego?
-Estoy fuera de juego -respondió. -Este cuerpo no aguanta una batalla más, así que disfruto de los honores del panteón. Donde vos deberías estar si no tuvieras esa molesta costumbre de seguir vivo.
AB tenía razón.
-¿Y ahora?
-Ahora te vas. Si necesitás contactarme me mandás un mensaje con el Indio, o te venís disfrazado de médico. Total acá entra uno cada cinco minutos.
-Pero, ¿cómo sigue la lucha?
-Como puedas. Yo no tengo más nada que hacer. Los vampiros están replegados, también deben tener sus internas. ¿Qué se yo? Por otra parte -dijo tocándose la pierna- mirá lo que te deja luchar por la humanidad.
Me paré y lo saludé en silencio. Afuera, los custodios escondieron un porro cuando me vieron salir. El sol empezaba a ponerse. Mala hora para seguir en la calle, en una mala ciudad, en una mala época.

lunes, 13 de mayo de 2013

23 (S2E02)

Cuesta creer que Roberta alguna vez  me haya parecido inquietante o peligrosa. Aunque reconozco que no podía  defenderse mucho de la intoxicación. De la intoxicación de cloroformo cuando la abordé en la calle y la de imágenes de mi cara rodeada de banderas y la palabra "Héroe"
Le mentí. Como se hace siempre con las mujeres. Le dije que la había amado secretamente.  Le expliqué que la versión oficial de mi muerte se había tejido para ocultar una misión trascendente. Y le juré que iba a ser su brújula. En el estado en que están las cosas, cualquier chica estaría contenta de escuchar estas sandeces.
Como parecía verdaderamente convencida de que podía ayudarme a "salvar la patria", la desaté. No gritó ni escapó para delatarme. Me miró, acurrucada en la cama. ¿Cuántas mujeres caben en la misma mujer? Esta Roberta púdica y lectora de novelitas me estudiaba a la vez extasiada y temerosa. Por otra parte, el mismo tipo de pregunta podía hacerse sobre mí. ¿Quién es este que soy ahora?
De todas maneras no tenía tiempo para preguntas ni para galanteos. La prioridad era encontrar a AB y por eso salí de la casa de Roberta para ir al comedor del Mercado Sur a rastrearlo. Me dijeron que una vez lo vieron comer ahí sin custodia. Una pequeña concesión a los viejos tiempos.
¿Viejos tiempos? No pasó un año todavía desde que apareció el cadáver del coreano en el parque, y sin embargo parece que todo perteneciera a la vida de otro. Mis amigos y yo eramos otros. Ahora están muertos o luchando por el poder.
Caminando por el mercado me detuve a mirar mi reflejo en un vidrio. Ya no me extraña verme usando ropa de otros, prestada o robada. El pantalón y la polera que llevaba eran de un hermano de Roberta. El único dato que podía revelar mi identidad eran los borceguíes. Hasta mi cara parece prestada o robada. La barba pelirroja me cubre hasta los pómulos y disimula la delgadez que me acompaña desde que vivo escapando.
Sin embargo, nada me garantiza el anonimato cuando se trata de "ellos". Les bastaría con sentir mi olor a una cuadra de distancia para reconocerme y recordar que estuve en la masacre del Edén Hotel, prendiendo la mecha de la guerra civil.
El mercado no había cambiado mucho. La gente si. Se movían con un optimismo irracional, vestidos con ropas viejas de un remoto pasado burgués. En los barrios la gente organizó ferias donde canjearse las reliquias anteriores al año 1974. Los jóvenes que comían hoy en el mercado parecían maniquíes vestidos con las ropas de un museo. Y sin embargo ninguno percibía que parecían disfrazados. Seguramente creían estar viviendo el comienzo de una nueva época. Imagino que de la misma manera, la vaca que camina por el brete no debe sospechar que el final del camino es un martillo neumático en la frente.
La cajera del comedor estaba tan absorta en su juventud y su sensación de libertad que aproveché para hurtarle  parte de la recaudación del día. Después  le encargué un café con medialunas y con la merienda en la mano busqué sentarme en un lugar desde donde pudiera ver todo el comedor.
-Bueno, al destino le gustan las simetrías.
La voz de L. detrás mío.
No me di vuelta. Por el ruido de pasos deduje que no estaba sola. Escuchaba el toc toc del taco de sus zapatos ("encantadores zapatos" habría dicho AB) junto al ruido de un par de botas de goma. No me tocaron. No intentaban atraparme.
-Sanchez, ¿se acuerda del señor?
Entonces si me quedé rígido. L. estaba con el "limpiador"
-No tuve el gusto- respondió- el señor se escapó sin presentarse; y cuando fue por su casa, yo estaba en el golf.
La voz de Sanchez era rara. No por su timbre si no por su entonación. Hablaba con la elegancia y dulzura de un hombre educado y humilde. Hasta se podía suponer que era un buen padre de familia, devoto de su trabajo. Y Quizás lo sea. El problema es que su trabajo es licuar cadáveres con ácido. Me habló de nuevo:
-¿No va a presentarse? No todo los días se conoce a un héroe.
-No se confunda. Apenas soy un ladrón.
-¡Ah! ¿Entonces trabaja con el gobierno? - interrumpió L.
-No pretenda ser graciosa. ¿Qué busca acá?
-Comida, como ha hecho usted.
-No creo que acá le sirvan lo que la señora necesita.
-Servirme no, pero puedo elegir la pieza que más me guste para llevar a casa.
-Déjese de idioteces. Usted y los suyos tienen el tiempo contado.
Dejo de mirarme y volvió a hablar.
-Vea Sanchez, ¿No es encantadóramente  ingenuo? Visto así, una no imagina que sea un asesino.
-No lo soy- contesté.
-¿Si? No me parece.Yo me alimento de los suyos, pero usted mata a los míos. Sanchez limpia el desastre de unos y otros por una tarifa accesible. Ninguno es mejor que el otro.
-Tiene razón señora -dijo Sanchez- pero en mi caso, no estoy en esto ni por hambre ni por ideología. Soy un profesional.
Instintivamente toqué la pistola 22 en el bolsillo del pantalón. Sanchez lo notó pero no pareció inquietarse. L. se me acercó y me habló al oído:
-No haga estupideces. Usted está vivo porque tiene mi respeto. De haber sabido antes que era un guerrero no me hubiera dedicado a molestarlo con tonteras como cuando le tiré la cabeza de su amigo. Pero no se abuse. Ahora hay tregua hasta que la situación se aclare. Además, tanto usted como nosotros tratamos de llegar a las mismas personas.
L. se apartó. Sanchez me extendió la mano para saludarme, y sin saber por qué, respondí a su saludo.
-Si busca al señor AB, es posible que ya no venga hoy -me dijo- pero de todas maneras no considere que esta haya sido una jornada perdida. Ha sido un placer conocerlo. Ya volveremos a encontrarnos.
Dio media vuelta y se fue con L.
Me quedé pensando para qué buscaban encontrar a AB. ¿Querrían matarlo o parlamentar? No iba a encontrar las respuestas en el mercado así que decidí no hacer nada más por el día. De camino a la casa de Roberta robé una pieza de jamón de una fiambrería. A las mujeres hay que tenerlas conformes por el lado de la comida.