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lunes, 24 de junio de 2013

29 (S02E08)

Dos días más en el hotel y la situación se hizo insostenible. El primero después de la primera vez con Roberta transcurrió con una dinámica extenuante: cada silencio incómodo era interpretado por ella como una insinuación, y emprendía el trabajo con la dedicación propia de un scout. No es que yo sea un exquisito (sobre todo después de meses de abstinencia) ni un experto amante pero la verdad es que Roberta era un poco torpe. También ruidosa. Por suerte, su tendencia a la somnolencia me eximió de la conversación post coito. El segundo día lo pasamos entre la cama y el lobby, donde estaba el único aparato de TV.
Con el  gobierno rebelde la televisión no mejoró demasiado. La censura era la misma. Los triunfadores, los perdedores y las víctimas son apenas diferentes. Las denuncias contra el gobierno anterior son todas calcadas. A la noche el noticiero interrumpió el aburrimiento: la recuperación de Tucumán era inminente. Roberta se puso feliz de una manera inexplicable. La única explicación que me cuadró es que necesitaba sentirse protagonista de la historia. Busqué alguna excusa para salir solo a la calle a caminar. Por suerte cuando volví la encontré dormida. Tener a Roberta a favor estaba resultando una situación tan delicada como había sido tenerla en contra.
La mañana siguiente fue definitivamente anormal. Saltándose todas las reglas de este tipo de hotel, el viejo pasó a los gritos por los pasillos a que la gente saliera a ser testigo del momento histórico. La tele mostraba la entrada de las tropas a la capital.
La ingenuidad de la gente puede ser asombrosa. Para mi era evidente, por la prolijidad del trabajo de cámaras, que el evento había sido coreografiado de manera minuciosa. Hasta las desprolijidades eran claros ejercicios de estilo del realizador. Los uniformes estaban limpios y planchados, sin rastros de tierra o de sangre. En ninguna parte se podía sospechar el hambre de los soldados, seguramente seguido de los saqueos y las violaciones a los tucumanos. Solamente se veía alegría, banderas y los dirigentes con los brazos en alto, subidos a un camión.
Aposté conmigo mismo a lo obvio y acerté. la comparsa terminó su recorrido en la Casa Histórica. El nuevo gobierno iba a tomar el poder como si doscientos años después volviera a jurar la independencia. El salón central estaba iluminado como un estudio. Era evidente que el gobierno buscaba una imagen para fijar en la memoria colectiva. Mi memoria, en cambio, no registraba  la emoción o el fasto si no el asombro. Ahí estaban mis antiguos compañeros bajando del camión de los triunfadores: AJ, de uniforme militar, y un poco más atrás, AB, sin bastones.
Rengueaba un poco, pero ya no era el tullido que había visto semanas atrás. Inmediatamente pensé en el laboratorio del castillo Mandl, los experimentos de regeneración, y en como habíamos matado a Julius y Abramovic. La doctora H. había tenido razón. Aquella vez debimos habernos asegurado de que Abramovic estaba muerta. Ella o alguno de sus discípulos continuaba el trabajo, pero para otros patrones.
Seguí mirando la tele y encontré el eslabón. Entre el desfile de triunfantes me pareció reconocer a Sanchez. Bastaba un pequeño paso paso para inferir que la presencia de L.
Al final, los amigos iban y venían entre los bandos, pero el verdadero enemigo, el más fuerte de los enemigos, era el mismo desde el primer momento.

lunes, 17 de junio de 2013

28 (S2E07)

Después del encuentro con Sanchez estuve dos días encerrado en el hotel. Al tercer día salí a caminar y a robar algo que me permitiera pagar el alojamiento y la comida. Por suerte la gente seguía contaminada de una epidemia de euforia.  El común de las personas estaba a la vez  exaltada y descuidada. Según  los diarios, el triunfo final era inminente. Con una prosa inflamada se declaraba que, a casi doscientos años de su comienzo, la batalla final por la independencia volvía a librarse en Tucumán. Como el pueblo es tan optimista como desmemoriado, no recordaban que hace cuarenta años la prensa decía lo mismo, celebrando el régimen que ahora veíamos caer.
Cuando salía, el viejo de la recepción trató de darme charla, con algún comentario sobre los problemas de su sobrino. Lo despaché educadamente. El resultado de la expedición fue bueno, conseguí algo de dinero y comida, y demoré la vuelta al hotel paseando por Nueva Córdoba. Las casonas viejas estaban sucias y descascaradas. En los jardines y balcones asomaba la ropa tendida de las muchas familias que vivían hacinadas.
De regreso al hotel tenía la sensación de que algo había cambiado, el viejo me miró con más atención, la cabeza erguida y los ojos brillosos. Entre las arrugas de su cara se podía suponer una sonrisa o una mueca. No me dijo nada. Descolgó la llave de la habitación del tablero y la dejo sobre el escritorio con un golpe. Al mismo tiempo fingía una carraspera. El hombre pretendía tener una complicidad, como si supiera algo que me implicara. Levante'la llave con cara de desentendido. Si alguien me emboscaba en la pieza, seguramente también estaba vigilada la puerta del hotel. Calculé que lo más lógico era resolver el inconveniente con la pistola veintidós, y después escapar por los techos.
Llegué a la habitación. La puerta estaba apenas entreabierta. Si habían venido por mi, no eran profesionales. Saqué la pistola, le quité el seguro, y a la cuenta de tres entré a las patadas. Roberta, sentada en la cama dio primero un grito y después empezó a llorar de una forma escandalosa. Por suerte la gente que paraba en el hotel estaba acostumbrada a escándalos peores, así que nadie se acercó. Mientras Roberta lloraba, mi cerebro trabajaba a toda velocidad tratando de resolver muchas preguntas: ¿Cómo había llegado? ¿A qué había venido? ¿Si esta mujer había recibido instrucción militar, por qué lloraba tanto cuando le apuntaban?
En vez de seguir haciéndome preguntas fui a calmarla. Cerré la puerta y dejé la pistola sobre un silloncito desvencijado. Me senté en la cama al lado de ella y le pasé el brazo por encima del hombro para calmarla. Había dejado de gritar pero lloraba de forma espasmódica e hipaba. Tenía la cara húmeda de lágrimas, mayormente, y quizás algo de moco y saliva. El poco maquillaje que tenía se había desdibujado y caía arrastrado por las lágrimas, manchándole la blusa. Le crucé el brazo libre por delante para cerrar lo que yo pensaba sería un abrazo fraternal. Roberta paró de llorar. Apoyó una mejilla en mi barba y suspiró, largo y bajito. Después giró violentamente y puso su boca encima de la mía. Los dientes chocaron. Me mordió un labio. Sentí el calor y el gusto de la sangre. La agarré por la nuca y, tirando de su pelo, aparté su cabeza de encima de la mía. Respiré. Lo único que vi de su cara fue su boca. Una línea pareja de dientes por donde escapaba un jadeo rítmico. Alrededor tenía una mancha que podía ser tanto mi sangre como el maquillaje corrido. Sentí el impulso de lamer y después le metí la lengua en la boca. Los puños de Roberta me pegaban en la espalda. Ella también me agarró la cabeza con una mano, mientras la otra me sujetaba por la cintura. Por un momento pensé que iba a darme vuelta en la cama con una llave de lucha libre. Dejé la lengua quieta. Roberta movió la boca cerca de mi oído y habló:
-No vuelvas a dejarme, -dijo. Después se puso a jugar con los dientes con el lóbulo de mi oreja. Al rato volvió a hablar.
-Corré las cortinas y apagá la luz.
Una hora más tarde me levanté para ir al baño. Me miré en el espejo con la sensación de triunfo que se tiene después del sexo. Estaba contento. El único detalle que desentonaba era la boca hinchada y la mancha de sangre en una de las comisuras.


lunes, 10 de junio de 2013

27 (S2E06)

Antes de que Roberta se despertara le dejé una nota explicándole que partía en una misión especial y que no iba a verme por unos días. Recogí la poca ropa que había conseguido desde que me había instalado con ella y me fui. Junto con la nota le dejé un poco de dinero.
Encaré para la zona de la vieja terminal de ómnibus y busqué alojamiento en una pensión roñoza de la calle Velez Sarsfield. No tardé mucho en darme cuenta por los ruidos de que el local funcionaba como albergue transitorio para parejas y que además estaba infestado de ratones.
Los dos primeros días no salí mucho. Tampoco descansé. Los gritos de las otras habitaciones no eran el problema. Era mi propia actividad mental la que me quitaba el sueño. Empecé a diseñar un plan para llegar hasta AJ. Tenía que tender algún tipo de trampa que me permitiera entrar en contacto sin convertirme en un blanco fácil. Al tercer día de estar encerrado, el viejo desdentado de la recepción me comentó una noticia que me dió la idea que necesitaba.
El hombre me contó que estaba preocupado porque su sobrino bebía demasiado. Que tenía miedo por el chico, porque hablaba de cosas imposibles, deliraba. Le había relatado que, paseando por el parque Sarmiento de noche, con unos amigos, vieron salir una mujer del agua de la laguna Crisol. Estaba desnuda y se les acercó. El chico corrió por las dudas. Cuando encontró un lugar seguro vio como la mujer agarraba del cuello a uno de sus amigos y lo arrastraba al agua.
-Ya ve -dijo el viejo-, hace seis meses era un pibe normal, y ahora seguro se está metiendo alguna droga que le hace ver pelotudeces.
Le di la razón al viejo y simulé estar ocupado en algo para cortar la conversación. Ahora tenía un buen dato: en el parque había uno o varios kappas que no estaban respetando la tregua. Si esto era así, el gobierno u otros vampiros  los estarían vigilando. Me bastaba con liquidar uno para que apareciera alguna brigada.
Aunque tenía la idea, no sabía por donde empezar. Decidí echarlo a suerte. Cara: esperaba en el hotel y pulía el plan; número, pasaba a la acción improvisando. Salió número.
Esa noche, después de cenar, me fui al parque. Compré una cerveza en un puesto de choripanes y seguí camino hasta la laguna. Hacía como que tomaba pero en realidad me humedecía la ropa con la cerveza. Quería parecer borracho para que los kappa pensaran que tenían ventaja. Cuando llegué al borde de la laguna me senté a esperar en el embarcadero de los botes a pedal. Pasó una media hora sin que nada se moviera. Después de quince minutos más sentí ruidos. Me palpé la sobaquera para confirmar que la pistola estuviera en su lugar. Volví a escuchar ruidos. Claramente venían del agua y muy cerca de mi. Me quedé quieto y vi aparecer un kappa joven. No era demasiado grande y además, parecía demasiado confiado. Lo dejé llegar a un metro de distancia  y ahí le disparé un tiro a la boca. Cayó de espaldas en la parte baja de la laguna. Lo dejé vivo para que gritara un buen rato. Cuando consideré que había hecho suficiente escándalo, lo arrastré hasta la tierra y lo rematé de un balazo entre los ojos. Volví al embarcadero y me senté a esperar.
Después de otra media hora sentí el ruido de un auto. Me escondí detrás de un kiosko y vi bajar dos personas sin uniformes. O eran curiosos que escucharon los disparos o eran de alguna fuerza especial. El más flaco de los dos me pareció conocido así que traté de acercarme un poco más para verlo mejor. Cuando se agachó sobre la baba que dejó el kappa, hizo un gesto que me permitió reconocerlo: era Sanchez. La delicadeza con la que manipulaba los guantes y tomaba muestras demostraba tanto su prolijidad como el gusto por su trabajo.
Aún sabiendo que era un mercenario inmoral, Sanchez me caía simpático. Había algo en sus maneras, algo artísticas, que lo hacían fascinante. Me pareció oportuno cambiar de estrategia y  abordarlo. Salí a cruzarlo, sin esconderme, pero sin brusquedades.
-Buenas noches Sanchez. Espero que le haya gustado mi invitación.
El agente que estaba con él me apuntó, pero Sanchez le indicó con una seña que bajara la pistola. Se sacó los guantes y me miró. Tenía un aspecto cansado. Esperó a que estuviera cerca de él para contestarme:
-Si quería conversar podía buscarme en el mercado. No hace falta que me haga trabajar horas extra.
Se apartó un poco y le dijo al agente que volviera al auto. Después caminó un poco por el borde del lago. Me miró sin ninguna emoción en particular. Por un instante pensé que era un amigo hasta que volví a escuchar su voz; -sígame- y lo seguí.
Durante unos minutos se limitó a mirarse los guantes sin decir nada. Cuando tomé la decisión de hablar, él se me adelantó.
-Y bien, ¿tomó alguna decisión?
-¿Sobre qué?
-Sobre cual es el bando que le conviene.
-Esto no es una cuestión de conveniencia.
-Perdón, ¿usted lucha por la humanidad?
Se detuvo a mirarme un momento hasta que volvió a hablar.
-¿Usted es ingenuo, cínico o solamente estúpido?
-Cuidado Sanchez. Yo a usted no lo ofendo. Además estoy armado.
-Yo también, así que no me venga con pavadas. Ya sabe que acá se es lobo o se es comida.
-Homo hominis lupus.
-Dígalo como quiera. Yo peleo por un bien mayor: el bienestar que me da el dinero. Y usted está en esto por atolondrado, para salir del aburrimiento, o a lo mejor para impresionar a la marimacho de la Cinemateca. No me va a hacer creer que quiere un mundo mejor.
-Ustede no me conoce Sanchez.
-No es distinto de los cientos de personas que alguna vez tuve que disolver o enterrar.
Me detuve un momento y lo dejé adelantarse. Si le disparaba ahora lo mataba seguro y escapaba sin que el otro agente pudiera actuar. Sanchez se dio cuenta de mis intenciones.
-Si lucha por un mundo mejor, ¿por qué no me disparó todavía?
-No sería honroso matarlo por la espalda.
-Buena excusa, pero no le creo. En realidad necesita el placer de jugar con la presa. Usted no es mejor de los que dice combatir. Entonces, ¿para que montó esta escena? ¿Por qué se quedó a esperar después de matar al kappa?
-Necesito un contacto distinto de AB para  llegar hasta la junta.
-¿Y pensó que armando un escándalo podía atrapar algún agente que lo lleve a las autoridades? ¿Eso es un plan?
Sanchez se había dado cuenta de que estaba improvisando.
-¿Para qué quiere ver a la Junta? ¿Para preguntarle a sus amigos por qué lo abandonaron? ¿Por qué se alían con los que antes eran enemigos? Usted es más imbécil de lo que pensaba. Realmente cree tener una misión. Hágase un favor, salga de la clandestinidad, finja amnesia, y después disfrute el papel de héroe antes de que alguien lo apuñale por la espalda. Buenas noches.
Guardó los guantes en un bolsillo y se fue hacia donde estaba el otro agente y el auto. Empezaba a clarear. Volví por el camino y pisé el charco que había dejado el kappa al reventar. Lo había matado en un intento de moverme hacia adelante, y sin embargo me sentía igual de empantanado que antes. Volví al hotel pateando tachos de basura como si fuera un adolescente

lunes, 3 de junio de 2013

26 (S2E05)

Como es común en los sueños estaba desdoblado. Nadaba en el mar mientras me miraba desde los alto de un acantilado. El que miraba estaba aterido. El que nadaba no. El cielo estaba cubierto por las nubes y no veíamos el sol, pero sabíamos que la hora era cercana al mediodía.
El viento fue deteniéndose de a poco y las olas dejaron de salpicarme la cara mientras nadaba. En el acantilado me acomodé el gabán para protegerme del frío. Las nubes se abrieron y dejaron pasar un poco de sol. Mientras nadaba sentí el calor en la espalda y vi el reflejo de la luz en el agua. Entre la espuma me pareció ver una sombra. Desde el acantilado vi claramente la ballena moviéndose bajo el agua, pero estaba demasiado cerca de mi como para poder alcanzar la costa nadando. Vi como me tragaba.
Me levanté lagañoso y con la boca pastosa. Roberta no estaba mirándome, dormía tranquila en su habitación. Con el paso de los días se había acostumbrado a mi presencia en la casa. Mi papel era el de perro guardián,   además de proveedor de alimentos extra. Todavía o amanecía pero sentí movimientos afuera de la casa. Me apuré a apagar la lámpara que había prendido. Escuché dos voces hablando bajo, luego una de ellas dijo claramente:
-Sabemos que estás ahí. Dejate de joder y abrí que te traigo un mensaje.
Reconocí la voz del Indio. Abrí y lo vi parado en el jardín, dándole indicaciones a un chico para que custodiara.
-¿Paso o salís? -me dijo.
-Si sos capaz de hablar bajo pasá, todavía hay gente durmiendo.
-¿Ahora sos atento con las mujeres?
-No me conocés tanto como para ser sarcástico. Callate y entrá.
El Indio se sacó los guantes y la boina que traía y los dejó sobre la mesa. No se sacó el abrigo ni se sentó. Me miró de arriba a abajo.
-¿Alguien duerme mal?
-Si, porque vienen de madrugada a preguntar pelotudeces. ¿A qué viniste?
-Te traigo noticias de AB. Dice que te cuides. Que la Junta Provisoria sabe que estás vivo. Y además, que si te divierte hacer ejecuciones, por lo menos tené la delicadeza  de no dejar la hilera de piedras como Pulgarcito.
-Bien, ¿y de ahí qué?
-Parece que no entendés como están las cosas.
-Y según vos ¿cómo están?
-Estamos en guerra. Dejá de hacerte el pelotudo.
-¿Alguna vez dejamos de estarlo? Yo llevo toda la vida en guerra.
-Sabés de lo que te estoy hablando. Ahora es urgente ganar Tucumán.
-¿Y con los chupasangre qué hacemos? ¿Negociar una tregua?¡Qué poco que tardaron en convertirse en la misma mierda que combatimos!
-¡Vos no entendés nada! No podemos abrir tantos frentes. Hoy hace falta ser político.
-¿Eso es lo qué piensa AB?
-No. Eso es lo que el momento impone. AB lo aceptó por ahora, pero es una bomba de tiempo. Se está convirtiendo en un obstáculo igual que vos. Hay días en que  quiere salir a pelear y días en que vendería a la madre para que el dolor no lo deje  más reventado de lo que está. De todas maneras, no te acerques  a la casa. La gente de la Junta te va a ejecutar sin preguntas. Total, ya aprendieron que con un poco de cal las osamentas quedan limpitas.
El Indio recogió los guantes, la boina y salió. No era mal tipo el Indio, pero estábamos a punto de quedar en bandos contrarios.
Me quedé pensando: si AB estaba rodeado y la Junta conocía mi domicilio no me quedaban muchas líneas de acción. O volvía a escapar o me estrellaba a lo kamikaze. Me acordé del Hermano Marcelo, que había quedado en el medio de dos bandos. Se me ocurrió que no lo habían encontrado simplemente, si no que él se dejó atrapar y matar. Escapar cansa. A lo mejor fue por eso que la ballena me había alcanzado en el sueño.