Páginas

lunes, 26 de agosto de 2013

38 (S02E17)

La tregua terminó. No tuvimos que preocuparnos por elaborar una estrategia para escondernos porque el gobierno tenía una amenaza más peligrosa para contener. La gravedad de los ataques era tal que no se había podido impedir que las noticias llegaran a la prensa. Cuando llegamos con Roberta a la estación de servicio de General Roca, nos enteramos por los titulares del diario que Córdoba estaba en estado de emergencia por "una serie de asesinatos cruentos de origen desconocido". Cuando volvimos a buscar el auto, Barros ya se había ido; así que no pudimos avisarle que no intentara volver. Cargamos el combustible y salimos.
El recorrido por la ruta 9 era angustiante. Todos los pueblos parecían deshabitados. Evidentemente  se había dado la orden de mantener a la población en sus casas. Roberta no hablaba. Era capaz de apuntarle con un fusil a una mujer indefensa, pero el silencio la aterrorizaba.
Evaluando las circunstancias llegué a la conclusión de que no había forma de sobrevivir solo. Tenía que contactarme con AJ. Cuando llegamos a Villa María ya había decidido como. AJ seguramente seguía en contacto con la Alianza, y para llegar a la Alianza tenía que hablar con los Hermanos Libres o los Israelitas. Nos registramos en un hotel y pedí una guía de teléfonos. Encontré el número de la Iglesia de los HL en la calle Rincón y llamé. Me atendió un hombre, que por la voz debía ser muy viejo. Trató de hacerse el desentendido de lo que le pedía. Finalmente puse negro sobre blanco:
-Ustedes saben lo que está pasando. Sé de la Alianza y necesito hablar con AJ. Dígale que en dos horas vuelvo a llamarlo.
-¿Y quién habla?
-Me llaman cazavampiros.
Calculé que con el mal estado de los caminos dos horas era un tiempo prudente porque, si AJ decidía mandarnos a detener no llegarían a tiempo. A las dos horas exactas, después de dejar el auto listo por si tenía que seguir escapando, disqué. El teléfono sonó tres veces y atendieron. Sin saludos ni gentilezas, se escuchó la voz de AJ.
-¿Venís a matarme, imbécil?
-Yo también te extrañé.
-Dejate de boludeces. Cuando te agarre te voy a poner delante de Blanca para que le expliques porque le mataste el marido.
-Y yo le voy a decir que fue por tu culpa. Que vos lo convenciste para que se convirtiera en un híbrido.
-Simplificás demasiado. No fue así. Nunca entendiste nada.
-Y eso era lo que te resultaba útil, que matara sin cuestionar.
AJ empezó a sonar un poco alterado pero sin llegar a perder la compostura.
-No creo que me estés llamando para discutir de moral. ¿Que necesitas?
-Seguir vivo. Y vos también. Los dos nos hacemos falta. ¿Qué acordaste con L.? Porque se te está saliendo de control...
-Con L. podíamos negociar. Pero ahora los mismos vampiros están en guerra entre sí.
-No me importa si se matan. Esto tiene que terminar.
-Dejate de joder y aparecé una vez. Se que estás en Villa María y te podría haber mandado a buscar. Aparecé mañana y hablamos.
-Sin terceras personas.
-Bien. En el túnel de la Compañía de Jesús. Al mediodía.
-Hecho. Te aviso que voy a ir armado por si pensás traicionarme.
-¡Bah! Llegá vivo a mañana y vemos.
Y colgó.

lunes, 19 de agosto de 2013

37 (S02E16)

"La adorable revoltosa" era el título con el que se estrenó en Argentina Bringing up Baby. En la película, Katharine Hepburn y Cary Grant empezaban sacándose chispas y al final triunfaba el amor. En el medio tenían que dominar un tigre suelto y el vestido de la Hepburn. A este tipo de comedias se las conocía como screwball comedy. Sacando lo de comedy y lo ball tenemos una buena descripción de nuestro estado: screwed, es decir jodidos.
Con el auto parado a la altura del arroyo Tortugas por falta de nafta, establecimos que sería bueno sentarse a discutir cuál sería el mejor curso de acción. Estando en el límite entre Santa Fe y Córdoba, ¿volvíamos a Córdoba donde seguramente nos buscarían? ¿Qué haríamos con Barros? ¿Y si nos quedábamos en la pampa gringa jugando a ser colonos? Roberta no aportaba cordura, ya que se había pasado todo el viaje en estado de emotividad desbordada: en un momento lloriqueando y pidiendo disculpas, al siguiente sumida en un mutismo absoluto, y para mi sorpresa, tuvo tiempo también para dejar fluir a la vieja Roberta de la cinemateca,  que me responsabilizaba de cuanta cosa saliera saliera mal.Barros en cambio se había mantenido en su perenne buen humor. Contó anécdotas de sus perros, gatos, editores, secretarias, y le quedó tiempo para explicar como cocinar los calamares para que no quedaran gomosos.
En el momento que se acabó el combustible, Roberta estaba por entrar nuevamente en la fase de pataleo. Barros, armada de su lucidez prodigiosa, la cortó en seco:
-Bueno chiquita, hágase grande que lo que pasa ahora es consecuencia exclusiva de sus decisiones. Nadie la empujó al centro del escenario para que pialara a la gorda.
Roberta se rió primero y después se calló y se mantuvo seria. Barros aprovechó para explicar su plan.
-Tenemos que separarnos. Estamos cerca de General Roca por el lado cordobés y de Tortugas por Santa Fe. Ustedes salen a buscar nafta a Córdoba. Cuando vuelvan yo ya me habré ido a Tortugas. Improvisaré la puesta en escena del estado de shock, el abandono en la ruta, la huida, y cuanta cosa más se me ocurra para darles tiempo. Además, sin una orden judicial, la policía de Santa Fe no puede cruzar a Córdoba a buscarlos. Con todo el asunto de las jurisdicciones, hasta que en Córdoba se enteren de que están de vuelta, ustedes ya habrán inventado algo para escapar. ¿Se les ocurre algo mejor?
Como no había nada que oponer a la propuesta, apuramos los saludos y cada uno salió para su lado. Roberta otra vez silenciosa, pero de una manera que no había visto antes. No era la chica enojada de la cinemateca ni la amazona desbordada, fusil en mano. Estaba a la vez, serena y grave. Recién después de caminar tres kilómetros me dirigió la palabra:
-¿Sos consciente de lo que estoy haciendo por vos?
No contesté. Cualquier respuesta podía generar una discusión sobre el compromiso y el futuro de la relación. De pronto ya no era la graciosa Katharine Hepburn, si no la melodramática Audrey Hepburn de "Un camino para dos". Irónicamente, el diálogo que más recordaba de esa película era aquel en que Finney y Hepburn se disparaban:
"-¿Qué clase de gente aguanta estar así, juntos, sin hablarse?
-Los casados."

lunes, 12 de agosto de 2013

36 (S02E15)

El viaje a Buenos Aires se hizo largo. El estado de la ruta era lamentable pero no teníamos la alternativa del tren porque implicaba regresar a Córdoba, donde seguramente nos estarían buscando. Además usar el  transporte público eliminaba el personaje de chofer de la señora Barros. Después de dos días mal asfalto, y el religioso pago de coimas a la policía de Santa Fé, llegamos al lugar del encuentro de escritores sobre la hora del cierre de acreditaciones. El lugar elegido era un edificio inacabado de diseño imposible y destino cambiante. Había sido diseñado para ser el mausoleo de Eva Perón, después intentaron construir un estudio de televisión, y en los tiempos del Líder, fue la sede de la policía secreta.
Hubo que sumarle al cansancio la ineptitud de los empleados, que hicieron el trámite por demás engorroso. Pero, con una mirada benévola diría que la torpeza nos jugó a favor ante la evidente falsedad de nuestros documentos. Terminada la gestión, nos explicaron que por cuestiones organizativas el inicio de las jornadas se había diferido para el día siguiente, y nos indicaron la dirección de un hotel en el barrio de Once. El entorno oscuro y roñoso nos permitió bajar los bolsos con el armamento sin levantar sospechas.
La señora Barros  había guardado en el auto un arsenal como para asaltar un cuartel: fusiles automáticos, ametralladoras, un par de rifles (-los llevo más que nada por una cuestión afectiva- dijo) y un lanzagranadas LAW M72. La mayoría de las armas no era conveniente por el tamaño, o, en mi caso, por la falta de experiencia. Pasamos la noche discutiendo que llevaría cada uno. Concluimos que Roberta, que tenía instrucción militar, llevaría uno de los fusiles, desarmado y escondido en el estuche de la máquina de escribir, la señora una pistola y el estoque del bastón, y yo seguiría con la táctica de dos pistolas. La idea era atacar a cuantos jerarcas encontráramos y huir. El problema es que no sabíamos que figuras iban a hacerse presentes, aunque era casi seguro que AJ iba a presentar la delegación de escritores cordobeses. Repasamos nuestro plan endeble y nos fuimos a dormir.
La jornada siguiente empezó mal y terminó peor. Como el tránsito era problemático elegimos dejar el auto y llegar en subte. Nos equivocamos con las combinaciones y llegamos tarde, en el medio de la alocución de un escritor e historiador que había sido oficialista en todos los gobiernos. Posiblemente, el aburrimiento que generaba escucharlo era la herramienta con la que lograba que la gente no recordara su pasado. Después siguió una ronda de lecturas igualmente tediosas sobre el estado de la literatura, la política, la literatura política, la política literaria, y cuantas combinaciones más pudieran inventarse.
Después de un descanso de media hora y un café aguado, la sesión continuó igualmente fastidiosa hasta que Roberta nos sacó a todos de la abulia. Justo después de la intervención de un escritor salteño hicieron subir al escenario a Patricia, o al decir de Roberta, "la gorda pedorra". Explicaron que la habían invitado para que repitiera su lectura sobre los mártires rebeldes. Más o menos por la mitad, y antes de la parte en que hacía el repaso de mis supuestos méritos, Roberta se salió del rol de secretaria, y sin decir agua va, armó el fusil, y ante la mirada atónita de los participantes caminó hasta el escenario con el arma apuntando a Patricia.
Ésta no se  daba cuenta de la situación, y seguramente  pensaba que el silencio era el efecto de su discurso sobre el auditorio. Un culatazo en la espalda la sacó del error y la dejó en el piso.
-¿A quién decís que te garchabas, gorda traidora? -dijo Roberta sin dejar de apuntar. Patricia trató de levantarse, pero Roberta demostrando una habilidad prodigiosa la agarró del pelo con una mano, mientras con la otra sostenía el fusil. Además le puso un pie en la espalda, con lo cual, la pobre Patricia parecía un chancho listo para degollar.
-Me parece que su chica no tiene mucho sentido de la oportunidad -me dijo Barros- pero se ve que bravura no le falta.
-Bravura nos va a hacer falta para salir de esta. -respondí.
El silencio y desconcierto de los asistentes fue dando paso a un murmullo interrumpido solamente por los gritos de Patricia. Mientras pensaba como escapar, Barros seguía pegada a su asiento. Después de un minuto que me pareció eterno, se acercó a mi oído y me susurró: -Secuéstreme. Es la manera menos sospechosa de salir.
Con la vista busqué la puerta del auditorio. Inmediatamente saqué una de las pistolas y apunte en la cabeza de la señora.
-Todos quietos o la mato.
Roberta y Patricia dejaron de ser el centro de la atención. La señora Barros ensayó un par de gritos como para darle credibilidad a la situación y salimos hacia la puerta. A la mitad del camino, Roberta se bajó del escenario y se nos sumó. Al salir, la señora Barros trabó el portón con el bastón y siguió caminando lo más campante.
-No le diga a nadie pero el bastón lo uso más que nada por coquetería. Y en vez de poner cara de pasmado, sígame , que en cualquier momento se avivan de la simulación.
Salimos tranquilos del edificio y tomamos un colectivo que nos llevó de regreso a Once. La mayor parte del tiempo Roberta estuvo callada. Faltando dos paradas se animó a hablar.
-Me mandé flor de cagada, ¿no?
-Si querida -contestó Barros. -Y ahora no tenemos otra posibilidad más que la fuga. Pero nos regalaste la imagen inolvidable de la gorda asustada. Y con eso me alcanza para perdonarte el exabrupto.
Y con eso dio el tema por cerrado.

lunes, 5 de agosto de 2013

35 (S02E14)

Después de siete días en Miramar había llegado a algunas conclusiones. La primera fue que, a pesar de que AB nos había dejado una buena cantidad de dinero, no iba a durar para siempre. La segunda, más grave, era que,  tal como me decía mi exmujer, con el tiempo cualquier relación me aburría. Y finalmente, que extrañaba la emoción de la cacería. La seguridad no era una bendición sino la condena al aburrimiento perpetuo.
No se si todo es azar o existe un destino, pero la misma fuerza que nos llevó por primera vez al castillo volvió a aparecer para sacarnos de la inercia: la señora Barros. Esta vez no la encontré´en una tertulia literaria, como la de Alta Gracia, si no cubierta de fango. Roberta había pedido que la acompañara a un local que pretendía funcionar como Spa o centro terapéutico. En el negocio, como en todo el pueblo, se superponían elementos del antiguo esplendor con los de la actual decadencia. Había, por ejemplo, una fila de gabinetes para tratamientos termales con bañeras suntuosas, pero cubiertas de sarro y con las cortinas raídas. Mientras Roberta molestaba a la encargada con preguntas innecesarias sobre su tipo de cutis, me puse a caminar. Me encontré mirando a una mujer rescostada en una chaise longue. Usaba una malla de baño antigua y salvo el pelo, estaba completamente untada en una pasta oscura. Me devolvió la mirada y, sentándose más erguida me hizo señas para que me acercara.
-Que interesante sorpresa, -me dijo-, no todos los días una se encuentra con un muerto célebre.
-Bueno, tampoco es lo más habitual ver a una estrella de la literatura cubierta de lodo.
-Tal como usted lo describe, la imagen es muy poco favorecedora. ¿Por qué no nos encontramos a comer? Estoy en casa de unos amigos y esta noche voy a cocinar locro. Traiga a su amiga.
La noticia de la invitación hizo que Roberta entrara en una de sus insoportables fases de agitación. De todas maneras, a pesar de la inquietud que me provocaba su posible comportamiento, para la hora de la cena estaba hecha una muchachita compuesta,  y el encuentro fue agradable y tranquilo. Todo lo contrario de la velada de Alta Gracia. La mayoría de los asistentes estaba preocupado sobre el futuro del gobierno. En un momento que pude conversar aparte con la señora Barros le pregunté por sus otros amigos escritores.
-Salvo José, que ahora es funcionario, el resto está desconcertado pero atento. Unos pocos, en cambio, hemos decidido mantenernos en acción. ¿No le interesaría encontrarse con su amigo AJ y resolver sus diferencias? Me han invitado a un plenario de la Sociedad Argentina de Escritores y es muy posible que asistan varios funcionarios de todo el país.
-No entiendo.
-¡Hombre! La ocasión está servida en bandeja. Yo voy como invitada, usted viene como mi chofer y su chica puede ser mi secretaria. Por el armamento no se preocupe que tengo bastante munición escondida. Además siempre viajo con esto -me mostró una pistola matagatos muy coqueta, revestida en madreperla- y por las dudas, este no falla en la corta distancia, -dijo mientras sacaba un estoque disimulado en su bastón.
La señora me impresionaba. Realmente estaba lista para salir a atacar. Empecé a sentir en la nuca el cosquilleo de la acción. Dije que sí.
-Bueno, entonces no perdamos más tiempo y dígale a su novia que se acerque. Quiero averiguar qué tan preparada está para el combate.
El resto de la noche, Roberta y la señora tuvieron una larga "conversación de mujeres" sobre tópicos como cuál es el mejor calibre según la distancia del ataque, o la conveniencia de la técnica de tiro israelí.