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jueves, 30 de agosto de 2012

Cinco

   El camino entre el Mercado Sur y la Iglesia de los Hermanos Libres en boulevard Guzmán es un poco penoso. Está atestado de carteles que anuncian actividades que ya no existen: La parrilla del León, el bar  La Salchicha Loca, la cantina Romagnolo. Para los jóvenes no tienen ningún sentido, pero los viejos recordamos las salidas del domingo en los 2CV o los 404 de nuestros padres, para ir a comer pasta o parrillada, y tomar coca cola en botella de litro.
   A pesar de ser agosto el día estaba caliente, así que la calle estaba suficientemente desierta para que no tuviéramos que separarnos y establecer turnos para entrar en la iglesia. AJ nos esperaba en el salón central. No nos saludó, con señas nos indicó que no habláramos y lo siguiéramos. Pasando un pasillo nos mostró, escondida, la puerta trampa que llevaba al sótano. Bajamos.
   AJ prendió una lámpara de kerosén. El lugar apestaba a humedad. Estábamos a menos de doscientos metros del río, así que seguramente el sótano tendría filtraciones. Cuando la lámpara dejó de parpadear y dio luz constante, AJ nos habló.
   -¿A quién de ustedes fueron a buscar?.
   Levanté la mano. No sé por qué la situación me impulsaba a tratar a AJ de una manera reverente. 
   Me acercó la lámpara a la cara. Me puso una mano en el cuello y me inspeccionó con una destreza rara.
   -Estás limpio. -Respiró fuerte. Miró el piso, se detuvo un momento más a pensar, buscó un lugar donde apoyar el farol y volvió a hablarnos.
   -Ahora estamos todos juntos en esto, así que les conviene saber qué estamos enfrentando.
   JF seguía imperturbable. Lo que fuera a comentarse lo conocía de antemano, o esa era la sensación que transmitía. AB tenía la expresión de un chico al que le regalaron una caja de noventa y seis colores, estaba ávido de entrar en el juego. A mi todavía me dolía el estómago.
   -Esta es una guerra vieja. Según los sumerios nuestros enemigos son la estirpe de Lilitu, para los hebreos Lilith. Los chinos los llaman Jiang Shi. Llevan en el mundo tanto tiempo como nosotros. Todos los pueblos del mundo tienen cuentos  que hablan de ellos, pero es poco lo que sabemos con certeza. El que se acercó lo suficiente para conocerlos no sobrevivió para contarnos nada.
   AJ hablaba con una calma, y a la vez una autoridad que hacía pensar en el Capitán de un barco o en un apóstol. Evidentemente se había preparado para estas contingencias.
   -Ustedes se preguntarán por qué atacan aquí y ahora. Hasta donde sabemos muchos de ellos forman parte de la estructura política que sostiene al líder. No sabemos si pactaron con él cuando estaba en la selva tucumana, si lo contactaron a través del brujo López Rega cuando fue la toma de Buenos Aires, o si la Comandante Martínez Surez  los trajo de Cuba. Lo que es seguro es que se salieron de control.
   ¿Por qué AJ decía "sabemos"? Evidentemente había un "nosotros" detrás de sus afirmaciones. ¿Él y quiénes más sabían lo que pasaba? Hasta ese momento yo no había sabido de los vampiros más que por rumores y por las películas que veía en la cinemateca.
   -Tienen que saber algunas cosas más: estos bichos están divididos  en una guerra interna. Los que siguen al Congreso están subordinados al Líder. Esos se conforman con  tener la libertad para comerse un humano cada tanto. El problema son los disidentes, esos quieren ir por todo. El partido no encara una ofensiva frontal porque no puede reconocer públicamente que existen. Y en el medio estamos nosotros...
   Cuando estaba por intervenir para preguntar quiénes eran los que formaban parte del "nosotros", sentimos ruidos que venían desde arriba. AJ le indicó a AB que detrás suyo había un dispositivo (algo así como un periscopio) que permitía ver lo que sucedía en el salón de la iglesia.
   -Es la señorita L. - dijo AB.
   -¿Estás seguro? -preguntó JF.
   -Segurísimo. No me confundiría jamás con un par de piernas.
   AJ volvió a tomar el mando.
   -Señores, espero que ninguno de ustedes sea claustrofóbico porque vamos a tener un largo trayecto bajo tierra.
   Aseguró la puerta trampa, levantó el faro de kerosén, y con la seguridad del que conoce el camino de memoria dio media vuelta y camino hacia el fondo del sótano. Donde pensaba que había una pared se abría un pasillo  muy estrecho. Podíamos pasar solamente de a uno. 
   -Síganme. Por ninguna razón vuelvan hacia atrás. Los siguientes veinte minutos me resultaron más desquiciantes que la huida de Gath y Chavez. Desde que estuve detenido en la cárcel de barrio San Martín no soporto los lugares apretados y oscuros. Estuve demasiadas veces en la celda de aislamiento. Después de caminar unos setecientos metros empezamos a sentir de nuevo el olor del río y vimos por una rendija la luz del sol. AJ empujó una tabla para arriba. Era la salida. La escalera de madera estaba podrida así que tuvimos que trepar. Una vez afuera tardé en darme cuenta donde estaba.
   -Son los restos de la sinagoga  vieja de boulevard Mitre, -explicó AJ, -el túnel existe desde hace más de cien años. Los vampiros llevan aquí mucho tiempo, pero la Alianza también.
   ¿La Alianza?¿Quiénes la formaban? ¿Unos viejos judíos y otros viejos protestantes eran las fuerzas que nos iban a apoyar en un enfrentamiento? AJ volvió a hablar.
     -Una última cosa. Esta noche pueden volver a buscarlos. No es seguro que pasen la noche solos. 
   AJ y JF se fueron. AB me dijo que podía alojarme en su casa, eso sería lo más seguro. Esa noche dormí en un sofá. Al día siguiente Roberta me miraba con asco. Me dijo que durante toda la tarde del día anterior había tenido que aguantar a unas mujeres raras que tenían credenciales del partido. La habían interrogado sobre cosas que ella no entendía. Finalmente me dijo:
   -No entiendo porqué el Líder fue tan bondadoso y lo dejó salir de la cárcel. Toda la basura burguesa como usted tendría que morirse ahí adentro.
   No le contesté, pero por primera vez me resultó simpática la idea de que existieran los vampiros. Sobre todo para que alguna criatura monstruosa se alimentara y matara a Roberta, asegurándose antes de que sufriera lo que se merecía. 

lunes, 27 de agosto de 2012

Cuatro.



Córdoba. 25 de agosto de 2012

   -"Usted tiene algo que nos pertenece"
   ¿Cuántas veces fantaseamos con escuchar esa frase? Otras que vimos en el cine y que ansiamos escuchar son "Necesito que encuentre a esta persona", o "Tiene que buscar un pájaro de madera recubierto con joyas de los Templarios". Se que suenan gastadas. Son lugares comunes del cine negro, pero yo trabajo con lugares comunes. Por otra parte, hace veinte años que no se distribuye cine del mundo capitalista. Las veces que fantaseamos que alguien iba a entrar a pedirnos que buscáramos un objeto precioso, o que lo devolviéramos, lo imaginamos con el aspecto de Mary Astor en el Halcón Maltés. No fue así.
  La señorita L.no se parece a Mary Astor. Si buscáramos alguna cara sería la de Hazel Brooks, la malvada amante de Don Ameche en "Pacto Tenebroso".  Fría, angulosa, con ese aspecto distante de las mujeres británicas. El primero en notar su presencia fue AB. En realidad lo que notamos fueron las piernas, por razones distintas. Yo, nieto de zapateros, noté la calidad poco habitual de las botas. Evidentemente no habían sido fabricadas en el país. AB las miró con la alegría del encuentro inesperado. Sin llegar al gusto por el género BDSM, sabía apreciar un potencial fetiche.
   Sin saludar, sin dudar, sabiendo perfectamente qué buscaba se paró delante mío en el comedor comunitario: -"Usted tiene algo que nos pertenece"
   Buscaba la carpeta que robé de las ruinas de Gath y Chavez. Estaba claro que era valiosa. Si me quedaba alguna duda, me la despejó el allanamiento que alguna brigada hizo ayer en mi departamento mientras estaba en el trabajo. Todavía  no me secuestraron y torturaron, así que es posible que teman que la destruya o que no les revele donde está. También interrogaron a mis compañeros de trabajo. Nadie me lo dijo pero lo intuí de la cara de miedo y desconfianza de Roberta, que superó ampliamente el desprecio y la superioridad moral con la que me trata normalmente.
   -¿Con quién tengo el gusto de hablar?
   -Dudo que sea un gusto. Para mí no lo es.
   No dejaba de ser bonita de una manera rara. Mirada de cerca tenía una palidez enfermiza, casi verdosa. AB la miraba fascinado. Empecé a pensar en que en tono ligeramente verde de la piel y la capacidad de fascinar la emparentaban con los ofidios.
   -Llámeme L. No tiene mucho margen para negociar. Necesitamos los papeles del Congreso.
   -No se de qué me está hablando.
   -Ya va a tener noticias mías.
   Se dio vuelta y se fue. Después de unos minutos de mirar los platos de comida sin hablarnos, AB hablando muy bajo, me dijo:
   -Si fuera un asunto oficial del partido, AJ y vos ya estarían muertos. Si en cambio eligieron revisar tu departamento mientras no estabas, y vinieron a encararte es porque no tienen todas las cartas en la mano. Eso te da un espacio para negociar. Si supieras qué jugador tenés al frente.
   -Una no muerta. Nunca pensé que pudiéramos verla tan de cerca, y de día.
   Nos dimos vuelta. JF había aparecido en el comedor y presenciado la conversación.
   -Vengan. AJ necesita que nos encontremos con él.
   Salimos del comedor. Me dolía el estómago. Tenía el presentimiento de que nada bueno podía salir de esta expedición. De todas maneras, mientras nadie encontrara la carpeta, tenía la tranquilidad de que podía seguir vivo. Y dudo seriamente de que alguien pueda encontrarla en el caos del archivo de la Cinemateca.

(continuará)

martes, 21 de agosto de 2012

Tres

Córdoba, 18 de agosto de 2012

   ¿Por qué escribo un diario?  Hay muchas razones pero la más importante es  dejar constancia. Cualquiera que escribe un diario lo hace con la esperanza de que en algún momento alguien lo leerá y sabrá que alguna vez existimos. Mi vida y las de mis amigos nunca serán recordadas en las escuelas como "revolucionarios eminentes y héroes de la conquista de Ciudad Santucho" o "vencedores de la gran marcha a la capital vieja".
   También escribo para recordar nombres que se van perdiendo. Antes todo se llamaba distinto. Mártires era Santa Cruz, Witold se llamaba Santiago del Estero. El líder se ocupó de que no quedara ningún santo en la toponimia. Eso no evitó que la gente siguiera poniendo velas a los altares. Apenas se reemplazaron unas supersticiones por otras. AJ me comentó que sabe de una secta de fanáticos que sostienen que los ataques de los vampiros son la venganza de Dios porque lo han abandonado. ¡Qué dios raro debe ser uno que reclama nuestra compañía de esta forma!
   AJ tiene el carácter grave de sus ancestros. Como descendiente de los Hermanos de Plymouth, es mesurado y hace un gran esfuerzo en escuchar. Desconfía de cualquier reunión basada en la agitación y la adhesión irreflexiva, por lo tanto detesta las reuniones tanto del partido como de las iglesias mesiánicas que han aparecido en forma secreta en los últimos años. A pesar de todo esto, AJ nos llevó anoche a conocer la locura.
   Faltaba una hora para el toque de queda cuando sentí el timbre. En la puerta estaban AJ y dos jóvenes. Eran unos muchachos que se dedicaban con AJ al estudio de textos antiguos. Mi amigo les enseñaba el arameo. El más joven, creo que se llamaba Pablo, tenía información de que la versión oficial del derrumbe de Gath Y Chavez escondía mucho más de lo que contaba. Además, como habían sido estudiantes destacados en la Universidad, tenían salvoconductos que les permitía moverse por la ciudad a pesar del toque de queda, para cada uno de ellos y a un acompañante. La oportunidad para explorar estaba servida.
   La calle estaba completamente vacía. No había guardia en la plaza San Martín. El muchacho mayor dijo que seguramente la guardia liberaba la zona para que los vampiros pudieran actuar tranquilos. Seguimos por calle San Martín y doblamos por 9 de Julio. Casi no había luz, a pesar de que alguna de las viejas farolas esféricas de la peatonal todavía funcionaba. A mitad de cuadra estaba el edificio de lo que alguna vez había sido una tienda departamental. Parecía un castillo viejo. Desde las puertas rotas se reconocían los restos de las escaleras mecánicas.
   Entramos. No había nadie que nos lo impidiera. El ambiente era irrespirable. Flotaba en el aire una  mezcla de olor a suciedad y basura podrida. La planta baja estaba completamente vacía. Buscamos las escaleras laterales, las mecánicas del hall central estaban derrumbadas. Los alumnos de AJ estaban demudados. Se movían como si estuvieran en una iglesia abandonada. Nunca habían conocido un centro comercial. Recordé que a la altura del centro del salón estaban las escaleras secundarias y subimos al primer piso. Pasamos al costado de la caja del ascensor. Adentro de mi cabeza resonaba el recuerdo de la voz del ascensorista diciendo "primer piso, calzado, ropa de damas". Esta planta era  tan ruinosa como la anterior, pero había restos de mobiliario del hospital de campaña que se había montado durante el sitio de la ciudad.
   Le propuse a AJ que nos dividiéramos para revisar. Yo me quedaría con Pablo en el primer piso, y él subiría a la siguiente planta con el otro muchacho. El olor nauseabundo se ponía más pesado. Pablo empezó a contarme que antes de entrar a la universidad había trabajado en un matadero, pero que esto era peor. Como estaba nervioso no paraba de hablar, contó que había estudiado sociología y que se había recibido con la medalla de honor del partido, que el gobierno le había asignado el comité de vigilancia revolucionaria de Barrio Pueyrredón y que ahí había entrado en contacto con una chica sospechosa de prácticas religiosas. Le dije que se callara. No era difícil de imaginar el resto de la historia. Cuando se es joven se cree cualquier estupidez, como el poder transformador del amor, o la existencia del amor mismo. Traté de agudizar el oído. Se sentía un crujido que podía ser una ventana moviéndose, los pasos de AJ en el segundo piso o una respiración asmática. No puedo distinguir claramente porque me dejaron un oído sordo de un golpe en un interrogatorio de rutina.
   En el medio del salón nos encontramos con un fichero. No parecía corresponder al lugar era más moderno y  no tenía la misma cubierta de polvo que el resto de los muebles. Saqué unas carpetas y las guardé en el bolso para revisarlas más tarde. No terminaba de hacerlo cuando sentí el golpe en el techo, los gritos desesperados y la voz de AJ
¡Salgan!
   Corrimos por la escalera. AJ casi nos atropella. Cuando llegamos a la puerta de la tienda Pablo me frenó. Se notaba en el piso la sombra de algo moviéndose por encima de nosotros. Nos quedamos quietos. AJ estaba pálido. Lloraba. Sin ruido. Posiblemente era la bronca y la impotencia contenida más que el miedo. Pablo en cambio parecía un perro chico. Se nos pegaba buscando protección. Cuando no vimos más la sombra moviéndose en el piso salimos. Sentimos un crujido y el ruido de algo pesado cayendo frente a nosotros. Cuando nos dimos cuenta de que era la cabeza del alumno de AJ corrimos lo más rápido que pudimos.


(continuará)

viernes, 17 de agosto de 2012

Dos


Córdoba , 16 de agosto de 2012


   Ahora si que hay problemas. 
Al habitual toque de queda se le suma la aplicación de la ley de Seguridad Pública. Para la mayoría no significa nada que se prohíba la circulación por la calle en grupos de más de tres personas. Después de todo, el estado de sitio está vigente desde hace más de treinta y siete años. La mitad de la población no conoce otra cosa.
   Roberta me avisó esta mañana, con su mejor cara de sospecha, que durante la noche se había cometido un crimen contra nuestros aliados en la revolución: un agregado militar de Corea del Norte había aparecido muerto cerca del Batallón 141. Me pareció raro. No se me ocurre que un defensor de la revolución tuviera alguna actividad pendiente por la noche en una zona llena de prostitutas o que a los vampiros se les hubiera ocurrido incursionar en la gastronomía exótica.
   Al mediodía fui a comer algo al Salón Comunitario del Mercado Sud. La comida es espantosa pero el lugar me permite encontrarme con JF, AB y AJ (el que lea esto no tiene para que conocer sus nombres). El Salón es lo suficientemente público como para no levantar sospechas y a la vez nos provee de sectores donde se puede conversar sin que nos escuche.
   ¿Qué tenemos en común? Somos viejos. Todos recordamos el tiempo anterior al Líder. No era mejor. También que fuimos y somos sospechosos. AB estuvo tres años en reeducación por dibujar historietas de ciencia ficción, AJ dieciocho meses por coleccionar biblias. A JF solamente lo inhabilitaron para ejercer el derecho por intentar defenderlos. De todas maneras, en la Argentina del Líder no hay lugar para litigios particulares.
   Cada uno de nosotros tiene pequeñas manías. Algunas sin importancia. Otras peligrosas. AB, por ejemplo, colecciona pornografía norteamericana de la década del ochenta. Por suerte, cuando le allanaron la casa no encontraron nada porque había enterrado las máquina de VHS y los cassettes en el jardín. Un proveedor del mercado negro cada tanto le consigue algo de Traci Lords, Nina Hartley o Vanessa del Río.
   Hoy JF estaba locuaz, alterado. Por lo general tiende a escuchar y hablar poco, herencia de sus ancestros japoneses. El tema excluyente de conversación era el crimen del coreano. JF decía que sin duda se trataba de un Kappa. Un vampiro que vive en el agua. AB empezó a teorizar sobre si los Kappa podían esconderse en el inodoro y chuparte todo el aliento vital desde el ano. Una vieja con la insignia del partido prendida en el pecho empezó a mirarnos con cara de censura. Bajamos la voz. No podíamos seguir la conversación en la calle porque eramos cuatro.
   A la media hora nos obligaron a desocupar el Salón comunitario. Supuestamente tenía que ser desinfectado con urgencia para ser utilizado para tareas gubernamentales. Nos despedimos y cada uno volvió a su trabajo. 
   En vez de volver a la Cinemateca salí a caminar por el centro. Por la calle 9 de Julio, cerca de las ruinas de la Tienda Gath y Chavez un grupo de soldados coreanos con equipo antidisturbios se preparaba para entrar en el edificio abandonado. Quise acercarme a ver pero no pude. La policía de Córdoba, que asistía al operativo salió a dispersar a las pocas personas que caminábamos por la calle.
   Ahora, en casa, escucho por la radio de que en un supuesto simulacro de emergencia murieron cinco coreanos por un derrumbe. Seguramente nunca vamos a ver imágenes de los cadáveres.


lunes, 13 de agosto de 2012

Uno

Córdoba, 13 de agosto de 2012

   Hoy apareció otra víctima.
Cuando la noticia salga en el diario de mañana va a decir que fue un suicidio, un crimen pasional o, todavía mejor, que un ciudadano ejemplar, militante del partido, había sido víctima de un atentado del imperialismo apátrida. De todas maneras nadie lee los diarios, y los que lo hacen no creen lo que está impreso. Salvo, por supuesto, los miembros del Comité de Defensa Revolucionaria.
   Roberta María pertenece a esa clase de idiotas. Es de esa generación donde las chicas se llaman Roberta, Carla, Federica o Ernestina. No apareció ninguna Lenina porque el Partido lo prohibió. Alguno de los intelectuales cercanos al Líder seguramente leyó Huxley antes de ponerlo en el Índice de Libros Prohibidos. Por suerte no hay manera de hacer un femenino de Mao, pero en una gira por Salta que hicimos con la Cinemateca conocí una chica que se llamaba Zedonga.
   Las chicas como Roberta no solamente tienen nombres de héroes marxistas, también practica un odio feroz hacia cosas y personas que no conocieron ni conocerán. Seguramente por esa capacidad de ser una idiota obediente fue que designaron a Roberta para que me supervise.
Tener prohibido hablar de una época ya es lo suficientemente molesto como para tener que agregarle las  opiniones faltas de seso de un chica veinte años menor. Con todo, Roberta es un recreo para la vista, se le adivinan buenas tetas debajo del uniforme.
   Lo bueno de trabajar en la Cinemateca es que puedo acceder a material prohibido. Por eso se que los ataques son de vampiros. Conozco como se comportan. Vi todas las películas producidas por la Universal, "la Casa de los Monstruos". También podría reconocer las evidencias de la presencia de hombres lobo. Lo malo de la Cinemateca es que te convierte automáticamente en alguien sospechoso, un elemento divergente que no asiste a los ejercicios colectivos para quedarse  sentado mirando una pantalla.
   Todo eso a pesar de que la Ministro de Cultura fue una estrella de cine. Por supuesto que las Carlas, Federicas y Zedongas no tienen como saber que la Comandante Martinez Suarez alguna vez fue Mirtha Legrand. Los servicios a la Revolución sirvieron para borrarle el pasado. Durante los años del bloqueo consiguió apoyo y alimentos de Cuba, país donde la adoraban. El Líder la recompensó con una embajada primero y el ministerio después. Un prodigio de adaptación la vieja.
   Vampiros. De eso estaba hablando. Los pocos que entendemos lo que pasa tenemos hipótesis muy distintas. Algunos, más cercanos a la idea del  Partido de que todo lo malo viene de afuera, sostienen que es el resultado de un experimento yankee para destruir la Revolución, o que se trata de algún virus que transmiten los homosexuales. Son ideas pobrísimas  e imposibles de sostener; sobre todo si se tiene en cuenta que los Estados Unidos ni siquiera se acuerda de que existimos, ocupados como están en hacer negocios con sus socios rusos y chinos. 
   Unos pocos pensamos que los vampiros existen desde siempre y que se las arreglan para estar entre nosotros sin que los reconozcamos. Podría ser cualquiera, desde la vecina de la esquina hasta el mismísimo Líder que nos guía a una vida mejor, desde su Palacio de Gobierno de Ciudad Santucho (antes conocida como San Miguel de Tucumán)