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lunes, 27 de mayo de 2013

25 (S2E04)

Antenoche descubrí a Roberta mirándome mientras yo dormía. Habrían sido las dos de la mañana cuando me desperté y noté que ella estaba en el sillón frente al sofá. Hice como que seguía dormido.
Estuvo unos cuarenta minutos hasta que volvió a su habitación. Por la mañana no dijo nada pero la noté taciturna. Aunque sea con una perfecta extraña, la convivencia con una mujer siempre es una situación de equilibrio inestable, donde uno trata de adivinar que piensa el otro. Esta verdad la había olvidado, hasta que un gesto de Roberta me hizo acordar a mi exmujer, y a sus delicadas maneras de hacerme saber de su desazón o su hartazgo. Definitivamente debe haber algo en mí que hace que las mujeres duden. No importa si llevo a casa un sueldo o, como pasa ahora con Roberta, comida buena robada de algún almacén.
Como la inacción me estaba fastidiando salí temprano a buscar algo para hacer. La vida peleando por sobrevivir va creando la necesidad de acción. El aire de la mañana estimulaba el deseo de cazar, de encontrarme con L. o alguno de sus esbirros y destrozarles la cabeza.
El barrio donde vive Roberta está lleno de casas viejas que parecen deshabitadas. Alguna seguramente sería un nido de vampiros. Identificarlos no es difícil. Hay que estar atento a una serie de indicios. Generalmente el aspecto del frente es de descuido y abandono, pero de una manera demasiado prolija y estudiada. Las aberturas suelen tener seguros, persianas en buen estado, y otras previsiones contra la luz.Son pocos los que pueden moverse en pleno día.
Caminé dos horas hasta que encontré la casa. Tenía un jardín al frente, con el pasto crecido y las paredes cubiertas de enredaderas. El detalle delator  era la puerta. Ahí no había plantas, y la chapa de la cerradura era nueva. Empecé a sentir la excitación en el cuello y de ahí fue bajando al resto de la columna vertebral. Uno a uno los músculos del cuerpo fueron poniéndose en estado de alerta. Sentía la lengua hinchada adentro de la boca, y el aire entrando y saliendo por la nariz. A medida que respiraba sentía el pecho agrandándose, y la tensión en las manos me llevó a hacerme sonar los nudillos. Me sentía feliz de saber que estaba por matar.
La puerta no fue un obstáculo. Trepé al techo desde una tapia, y de ahí salté al patio interno de la casa. Demasiado fácil. Estos bichos se confían de la ignorancia de la gente. Entré en la casa. Había una sala pequeña que comunicaba con un baño y dos habitaciones. Más adelante, seguramente en el frente de la casa, una cocina y un living.
Después del reconocimiento del lugar me asomé a los dormitorios. El olor era el de una madriguera: mezcla de suciedad y podredumbre. Seguramente los restos de alguna presa a medio comer, estaría juntando gusanos por ahí.
Tenía que armar una estrategia. Si había más de uno, la única manera de salir vivo era matar al primero de la manera más silenciosa posible. En la cocina encontré un par de cuchillos viejos, que habrían pertenecido a la familia que alguna vez vivió ahí. En el pantalón busque mi linterna y entré al primer dormitorio apuntando la luz al piso para no despertar al engendro.
Fue un trabajo sencillo. Cuando uno sabe cual es el punto correcto del cuello para clavar el cuchillo, la cabeza se desprende sin demasiadas complicaciones. No llegó a reaccionar. De un solo golpe el colchón quedó cubierto de la baba inmunda que largan estas cosas.
Pasé al segundo dormitorio con ganas de más acción. Después de todo, hasta ese momento la emoción no había sido la del cazador con la presa sino la del matarife de ganado. Quería algo más sucio. Una silla vieja, desencajada en un ángulo de la habitación me dio la idea: la estaca, la vieja y romántica estaca. Un homenaje a la literatura gótica y la satisfacción de matar, todo de una sola vez.
En un santiamén arranqué la pata de la silla y me paré al lado del animal. Era una hembra. Tenía un aspecto casi bonito, pasaba por humana. Pero no. La boca estaba sucia de sangre, que seguramente todavía estaba digiriendo. Le apunté la linterna directo a los ojos, quería que supiera que iba a matarla, que se sintiera víctima. En cuanto intentó reaccionar, caí con todo el peso del cuerpo sobre su pecho. Con las dos manos le clavé la pata de la silla. Gritó.
Tardó poco en morir pero para mi fue una eternidad. Como si el tiempo se hubiera suspendido y lo único que existiera fuera el grito de ella, y el aire que me entraba y salía por los pulmones. Me mordí los labios para no gritar yo también.
Me faltaba una cosa por hacer. Dejar mi firma. Hacerle saber a los otros vampiros que ellos podían ser mis próximas víctimas. Pensé en escribir algo en la pared, por ejemplo alguna cita del Drácula de Lugosi, pero era un gesto amanerado e inútil. Opté por la provocación, con punta de la estaca mojada en la baba del vampiro escribí en la pared: "llamen a Sanchez para limpiar", y me fui, por la puerta del frente, reventando de felicidad y placer.

lunes, 20 de mayo de 2013

24 (S2E03)

Después de tres días de guardia entre la casa de AB y el mercado, sin grandes resultados, vivir en lo de Roberta dejaba de ser seguro. Por varias razones: la posibilidad que alguien me identifique, de que los vampiros me encuentren, o, peor aún, que Roberta realmente creyera que teníamos una relación. Ya empezaba a notarle en la cara la intención de hacer preguntas. Es ingenua pero no estúpida. Debe darse cuenta de que si yo fuera realmente un héroe con una misión no estaría tanto tiempo escondido sin contacto con las autoridades del nuevo orden.
Anteayer, sin embargo, la suerte empezó a cambiar. Aunque no di con AB en el mercado, encontré al Indio.No es del círculo más próximo a AB pero su mujer si. Tiene los medios para hacer llegar un mensaje y es de fiar. Ayer  me buscó para decirme que  a partir de las cinco de la tarde AB me esperaba, pero tenía que ir vestido de enfermero. Pensé que era un chiste pero por las dudas pasé por la lavandería del Hospital San Roque y robé un uniforme. A las cinco estaba en la puerta de la casa. La custodiaban dos chicos que no debían llegar a los veinte años. Me miraron desconcertados, no desconfiados. El más alto me habló:
-¿Qué quiere acá?
-Vengo a controlar al enfermo.
La respuesta me salió espontáneamente. Ahí me di cuenta de que AB no estaba jugando una humorada si no que me había dado las instrucciones para poder pasar. El chico volvió a hablarme:
-Pero ayer vino otro...
-Claro.
-¿Y por qué viene usted hoy?
-Porque atendemos distintas especialidades.
El chico empezaba a ponerse molesto con las preguntas. El otro, aburrido, se rascaba sin disimular.
-Pero a mí no me avisaron que hoy tenía que venir alguien.
-Vea jovencito, yo no tengo la culpa de que no le avisen; y mejor me deja pasar si no quiere que sus superiores lo manden de una patada en el culo a limpiar parques y paseos.
Redoblar la apuesta siempre funciona con los más jóvenes. Además como seguramente el chico debe recibir una porción más grande de racionamiento por custodiar al héroe, no debía querer que por un detalle menor se le escaparan los privilegios. Me franqueó el paso.
Hacía mucho tiempo que no entraba a la casa de AB, desde que él y su familia me tuvieron escondido. No tuve mucho tiempo de evaluara cambios porque  la voz del amigo me recibió detrás del codo del pasillo.
-¿Así que ahora sos médico? ¡Qué mal que estaremos  que cualquier potz consigue un título!
Estuve por contestar una guarangada, pero me detuve cuando AB estuvo frente a mí: estaba hinchado, caminaba apoyado en dos bastones canadienses. La pierna derecha estaba sostenida por un aparato ortopédico. Como se dio cuenta de mi desconcierto optó por fugar por el lado del humor.
-¿Viste que dicen que todos los rengos son traidores? ¿Te vas a arriesgar conmigo para ver si soy la excepción?
Intenté acercarme y darle un abrazo pero me paró hundiéndome uno de los bastones en el estómago.
-No se te ocurra. Que estar rengo no me hizo más blando. Además tengo tantas dudas sobre vos, como vos tenés sobre mí.
Bajó el bastón y giró en el pasillo.
-Andá para el patio que con unos mates de por medio me vas a explicar donde carajos te habías metido.
Mientras caminaba delante mío me di cuenta de que además del aparato en la pierna llevaba un corset. Definitivamente, aún considerando los meses de hambre, yo era el que mejor había salido del asalto al Hotel.
En el patio, AB se sentó en un banco y me hizo señas de que hiciera lo mismo, a su lado. Apenas lo hice sentí el círculo del caño de una pistola a la altura de los riñones.
-Bueno, como se ve que en el Hotel no recibiste la misma dieta de plomo que yo, te doy la oportunidad de que empatemos. Explicá para quien jugás o empiezo a hacerte agujeritos.
-Escuchame schwartz pudnik,  sacá eso de ahí que si hubieras sido bueno tirando no estarías ahora cosido como un matambre.
-Bueno, pero eso no te garantiza que no salgas de acá con plomo suficiente como para ir a pescar carpas al dique.
AB sacó la pistola, se rió un poco y después empezó a toser. En medio del catarro se tocó las costillas. Le saltaron unas lágrimas de dolor hasta que pudo controlarse.
-Ves, pelotudo, seguro que viniste a matarme. Al final va a resultar que el loco de AJ tiene razón y vos estabas en el otro bando desde el principio.
-¿De qué mierda hablás?
Durante dos horas AB se dedicó a explicarme los reagrupamientos que siguieron a la muerte del líder, las peleas en la Alianza, con el ascenso de unos y la consecuente caída de otros.
-El orden que viene no es mejor. La verdad se me apareció delante como un camión en contramano, el día que lo escuché a AJ hablar de "razones de estado"
-¿Y vos que hacés? ¿Cuál es tu juego?
-Estoy fuera de juego -respondió. -Este cuerpo no aguanta una batalla más, así que disfruto de los honores del panteón. Donde vos deberías estar si no tuvieras esa molesta costumbre de seguir vivo.
AB tenía razón.
-¿Y ahora?
-Ahora te vas. Si necesitás contactarme me mandás un mensaje con el Indio, o te venís disfrazado de médico. Total acá entra uno cada cinco minutos.
-Pero, ¿cómo sigue la lucha?
-Como puedas. Yo no tengo más nada que hacer. Los vampiros están replegados, también deben tener sus internas. ¿Qué se yo? Por otra parte -dijo tocándose la pierna- mirá lo que te deja luchar por la humanidad.
Me paré y lo saludé en silencio. Afuera, los custodios escondieron un porro cuando me vieron salir. El sol empezaba a ponerse. Mala hora para seguir en la calle, en una mala ciudad, en una mala época.

lunes, 13 de mayo de 2013

23 (S2E02)

Cuesta creer que Roberta alguna vez  me haya parecido inquietante o peligrosa. Aunque reconozco que no podía  defenderse mucho de la intoxicación. De la intoxicación de cloroformo cuando la abordé en la calle y la de imágenes de mi cara rodeada de banderas y la palabra "Héroe"
Le mentí. Como se hace siempre con las mujeres. Le dije que la había amado secretamente.  Le expliqué que la versión oficial de mi muerte se había tejido para ocultar una misión trascendente. Y le juré que iba a ser su brújula. En el estado en que están las cosas, cualquier chica estaría contenta de escuchar estas sandeces.
Como parecía verdaderamente convencida de que podía ayudarme a "salvar la patria", la desaté. No gritó ni escapó para delatarme. Me miró, acurrucada en la cama. ¿Cuántas mujeres caben en la misma mujer? Esta Roberta púdica y lectora de novelitas me estudiaba a la vez extasiada y temerosa. Por otra parte, el mismo tipo de pregunta podía hacerse sobre mí. ¿Quién es este que soy ahora?
De todas maneras no tenía tiempo para preguntas ni para galanteos. La prioridad era encontrar a AB y por eso salí de la casa de Roberta para ir al comedor del Mercado Sur a rastrearlo. Me dijeron que una vez lo vieron comer ahí sin custodia. Una pequeña concesión a los viejos tiempos.
¿Viejos tiempos? No pasó un año todavía desde que apareció el cadáver del coreano en el parque, y sin embargo parece que todo perteneciera a la vida de otro. Mis amigos y yo eramos otros. Ahora están muertos o luchando por el poder.
Caminando por el mercado me detuve a mirar mi reflejo en un vidrio. Ya no me extraña verme usando ropa de otros, prestada o robada. El pantalón y la polera que llevaba eran de un hermano de Roberta. El único dato que podía revelar mi identidad eran los borceguíes. Hasta mi cara parece prestada o robada. La barba pelirroja me cubre hasta los pómulos y disimula la delgadez que me acompaña desde que vivo escapando.
Sin embargo, nada me garantiza el anonimato cuando se trata de "ellos". Les bastaría con sentir mi olor a una cuadra de distancia para reconocerme y recordar que estuve en la masacre del Edén Hotel, prendiendo la mecha de la guerra civil.
El mercado no había cambiado mucho. La gente si. Se movían con un optimismo irracional, vestidos con ropas viejas de un remoto pasado burgués. En los barrios la gente organizó ferias donde canjearse las reliquias anteriores al año 1974. Los jóvenes que comían hoy en el mercado parecían maniquíes vestidos con las ropas de un museo. Y sin embargo ninguno percibía que parecían disfrazados. Seguramente creían estar viviendo el comienzo de una nueva época. Imagino que de la misma manera, la vaca que camina por el brete no debe sospechar que el final del camino es un martillo neumático en la frente.
La cajera del comedor estaba tan absorta en su juventud y su sensación de libertad que aproveché para hurtarle  parte de la recaudación del día. Después  le encargué un café con medialunas y con la merienda en la mano busqué sentarme en un lugar desde donde pudiera ver todo el comedor.
-Bueno, al destino le gustan las simetrías.
La voz de L. detrás mío.
No me di vuelta. Por el ruido de pasos deduje que no estaba sola. Escuchaba el toc toc del taco de sus zapatos ("encantadores zapatos" habría dicho AB) junto al ruido de un par de botas de goma. No me tocaron. No intentaban atraparme.
-Sanchez, ¿se acuerda del señor?
Entonces si me quedé rígido. L. estaba con el "limpiador"
-No tuve el gusto- respondió- el señor se escapó sin presentarse; y cuando fue por su casa, yo estaba en el golf.
La voz de Sanchez era rara. No por su timbre si no por su entonación. Hablaba con la elegancia y dulzura de un hombre educado y humilde. Hasta se podía suponer que era un buen padre de familia, devoto de su trabajo. Y Quizás lo sea. El problema es que su trabajo es licuar cadáveres con ácido. Me habló de nuevo:
-¿No va a presentarse? No todo los días se conoce a un héroe.
-No se confunda. Apenas soy un ladrón.
-¡Ah! ¿Entonces trabaja con el gobierno? - interrumpió L.
-No pretenda ser graciosa. ¿Qué busca acá?
-Comida, como ha hecho usted.
-No creo que acá le sirvan lo que la señora necesita.
-Servirme no, pero puedo elegir la pieza que más me guste para llevar a casa.
-Déjese de idioteces. Usted y los suyos tienen el tiempo contado.
Dejo de mirarme y volvió a hablar.
-Vea Sanchez, ¿No es encantadóramente  ingenuo? Visto así, una no imagina que sea un asesino.
-No lo soy- contesté.
-¿Si? No me parece.Yo me alimento de los suyos, pero usted mata a los míos. Sanchez limpia el desastre de unos y otros por una tarifa accesible. Ninguno es mejor que el otro.
-Tiene razón señora -dijo Sanchez- pero en mi caso, no estoy en esto ni por hambre ni por ideología. Soy un profesional.
Instintivamente toqué la pistola 22 en el bolsillo del pantalón. Sanchez lo notó pero no pareció inquietarse. L. se me acercó y me habló al oído:
-No haga estupideces. Usted está vivo porque tiene mi respeto. De haber sabido antes que era un guerrero no me hubiera dedicado a molestarlo con tonteras como cuando le tiré la cabeza de su amigo. Pero no se abuse. Ahora hay tregua hasta que la situación se aclare. Además, tanto usted como nosotros tratamos de llegar a las mismas personas.
L. se apartó. Sanchez me extendió la mano para saludarme, y sin saber por qué, respondí a su saludo.
-Si busca al señor AB, es posible que ya no venga hoy -me dijo- pero de todas maneras no considere que esta haya sido una jornada perdida. Ha sido un placer conocerlo. Ya volveremos a encontrarnos.
Dio media vuelta y se fue con L.
Me quedé pensando para qué buscaban encontrar a AB. ¿Querrían matarlo o parlamentar? No iba a encontrar las respuestas en el mercado así que decidí no hacer nada más por el día. De camino a la casa de Roberta robé una pieza de jamón de una fiambrería. A las mujeres hay que tenerlas conformes por el lado de la comida.

lunes, 6 de mayo de 2013

22 (S2E1)

Roberta parece más pequeña de lo que la recordaba . Ayuda el hecho de que no habla, y de que si lo hiciera, estaría desprovista de la autoridad que tenía meses atrás. Sobre todo porque está atada y amordazada. Cuando empecé a vigilarla noté cuanto había cambiado. Estaba más delgada y vulnerable. La esperé agazapado detrás de una  marquesina con mi cara. Un retrato que pretendía favorecerme. No aparecían las ojeras ni la barba mal cuidada. En el borde inferior se leía "martir de la patria rebelde". Ridículo.
Siempre detesté las hagiografías y ahora formo parte del panteón oficial del nuevo orden, suponiendo que hubiera alguno. El gobierno de Ciudad Santucho dejó de ser reconocido por Córdoba, Santa Fé y Buenos Aires en diciembre, cuando la muerte del líder fue inocultable. Desde entonces llevamos tres meses de guerra civil. AJ es secretario de la junta provisoria de gobierno. AB está encerrado en su casa de la avenida Alem. Tiene custodia permanente en la puerta. Ni él tiene claro si lo cuidan o lo vigilan. JF, la doctora H, Nora y yo estamos en estampitas y afiches.
La estética de las rebeliones no sabe de ideologías. Nuestros rostros podrían intercambiarse con los de Lenin, Rosa Luxemburgo, Ho Chi Min o Camilo Cienfuegos. El único que salía bien en los posters era el Che Guevara, pero claro, haber sido lindo ayudaba. En mi caso, dudo que el culto a mi persona dure demasiado tiempo por dos razones: soy feo y he tenido el mal gusto de no morir.
Las guerras hacen salir lo peor  del ser humano. Cuando era adolescente me había impresionado un cuento de Akutagawa donde un monje termina robando pelo en un depósito de cadáveres para venderlo a un mercader de pelucas. Ese monje sería un virtuoso si lo comparáramos con las cosas que he tenido que hacer en estos tres meses. Tengo a mi favor la impunidad y el caos. Y un buen par de pistolas, por supuesto.
De todas maneras esta situación no puede durar. La junta está organizando un ejército rebelde. Los cambios de bando son rápidos y sin preguntas. En unos meses, Tucumán (de este lado del país hemos vuelto a llamarla así) estará rodeada; y de un día para el otro las fuerzas armadas de un régimen pasaran al otro. Se juzgará a un par de cabecillas y se erigirán privilegiados nuevos. El común de la gente seguirá igual. Ganado para los vampiros.
Ocho meses atrás había aparecido en el parque el cadáver del militar coreano y AJ nos llevó a Gath y Chavez para empezar la aventura. Después vinieron el descubrimiento del Congreso, las huidas, los crímenes y las limpiezas. El final del gobierno del líder no terminó con los ataques de vampiros. Solamente se volvieron más cautos, no se exponen. Además tienen que resolver sus propias divisiones. No somos la única especie que disfruta de matarse entre ellos.
La cinemateca seguía  igual de abandonada. Esperé el horario de salida de Roberta. No hay muchos lugares en Córdoba donde pueda esconderme No podía volver a mi departamento, ni buscar los túneles o acercarme a la casa de AB. La única alternativa era secuestrar a Roberta. No fue difícil.Alcanzó con un pañuelo y un poco de éter.
Las certezas que sostenían su mundo resultaron igual de volátiles que el éter. Eso hizo que fuera tan fácil llevármela. Ya no tenía el aspecto de marimacho trotzkysta. Además la supervivencia me han hecho un hombre más fuerte. Robar una casa o cargar una mujer dormida no son tareas complicadas. Atar una persona a su cama tampoco.
Aproveché el sueño forzado para conocerla revisando sus cosas. Para acceder a todos los secretos de una mujer alcanza con revisar la heladera, el armario, el botiquín y la mesa de luz.
La heladera estaba semivacía, como la de cualquier ciudadano común en tiempos de guerra. Lo poco que había era tan saludable como poco tentador. Ordenado además, de acuerdo a los preceptos de la educación higiénica del régimen. Las revelaciones mas interesantes llegaron al revisar otros espacios: ropa vieja con volados en el armario; perfumes, pinturas y chucherías en el baño; y en la mesa de luz, un ejemplar de "Mujercitas" junto a un paquete de toallas higiénicas. Ninguna caja de tampones. Mi exmujer decía que las que no usaban tampones eran vírgenes, timoratas, o las dos cosas a la vez.
Así que aquí tengo a Roberta, la otrora encarnación de los valores revolucionarios convertida en una damisela en apuros. Siento curiosidad de acercarme y olerla, pero se que no puedo ceder al instinto. Necesito, sobre todo, un lugar para esconderme y un plan. Si oficialmente soy un héroe muerto, no puedo arriesgarme a cometer un error. Una bala y una fosa son soluciones demasiado frecuentes en este país, así que lo mejor es esperar que Roberta se despierte y explicarle, mentirle, que su momento de grandeza llegó. Que he venido como heraldo de la rebelión para traerle el papel mas importante de su vida.
Es joven, no tiene como saber que la mayor proeza es levantarse vivo cada mañana. Y que todos compartimos la misma naturaleza miserable. Estamos listos para traicionar y matar para sobrevivir.