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lunes, 22 de julio de 2013

33 (S02E12)

El feriado del desfile terminó, sin mayores noticias ni emociones. Caminamos con Roberta por la ciudad como una pareja  común y corriente. Llegamos de vuelta a la casa caminando lento, casi de noche. Cenamos los sandwiches que habían sobrado del mediodía y un poco de fruta. Roberta, cansada, se durmió enseguida. Yo tardé un poco más.
Cerca de las cinco de la mañana me despertó la sensación de tener un círculo de metal apoyado en la mejilla. No terminaba de entender que pasaba cuando la voz del Indio me trajo a la realidad.
-Vestite. Vas a tener que acompañarnos.
Como Roberta empezó a moverse, el Indio apartó la pistola de mi cara, y dando un paso atrás nos puso a los dos en el rango de tiro. Mientras ella se sentaba en silencio, evalué las posibilidades de desarmar al Indio. Mi posición era desventajosa y cualquier error podía resultar en un disparo para Roberta. No tenía alternativas. Me puse de pie y me vestí. Roberta no hablaba, ni lloraba, solamente miraba un punto fijo en la pared. Supongo que ya había pasado por algún allanamiento.
Apenas salí del dormitorio me pusieron una bolsa en la cabeza y me inmovilizaron las manos con un precinto. Dos personas más, además del Indio, estaban a cargo del operativo. No hablaban entre ellos . Solamente le respondían al Indio con monosílabos. Sin maltratarme, me sacaron de la casa y me metieron en un auto. Debieron manejar unos cuarenta minutos. Por la cantidad de curvas y contracurvas era claro que estaban dando vueltas para desorientarme.
Finalmente entramos en una cochera y me bajaron. Caminamos por varios pasillos hasta que entramos en una habitación donde me sentaron en una silla y me descubrieron la cabeza.
-Espere acá sentado que ya lo van a atender- dijo uno de los tipos. Me dejaron solo en una oficina amplia. El lugar me resultaba conocido. Sillones cuadrados de cuero, bastante maltrechos; mobiliario racionalista, ambientes muy amplios y vidriados. Estaba en el palacio municipal. Lo recordaba porque de chico acompañaba a mi viejo a las reuniones de filatelistas que se realizaban una vez por mes en los salones del palacio. La oficina en la que estaba debía ser de algún funcionario jerárquico. Además de la puerta por la que había entrado, había otra, a un costado, que debía conectar con otras oficinas.
El análisis del ambiente se interrumpió. Alguien entró por la puerta principal.
-Para ser el nuevo héroe de la ciudad resultaste bastante pelotudo a la hora de elegir el escondite secreto.
La voz de AB, sin dudas.
-Y vos tampoco estuviste muy inteligente si pensaste que no iba a dar cuenta que me hiciste traer a la municipalidad.
-Beh, todo el operativo es parte de las boludeces que se le ocurren al Indio, y su banda de otarios. Se atragantaron con novelitas de espionaje y se hacen la película de que son "undercovers". ¿Querés tomar algo?
-Con las manos así se me hace difícil.
-Tenés razón, pero todavía no te voy a soltar, así que dejemos las cortesías para después.
-Serás hijo de puta...
-Más respeto, que con tu vieja yo no me metí nunca.
-¿Qué carajos querés?
-Necesito un favor.
-¿Y esta es tu idea de pedir un favor?
-Si. Porque el favor necesita de una determinada puesta en escena.
-¿Para qué?
-Para matarme y que parezca un atentado. No quiero que las nenas piensen que me suicidé.
Me quedé atónito. AB estaba delante mío, fuerte y entero como en las mejores épocas, pidiendo que lo matara. Como me quedé callado, AB caminó hasta el escritorio y se sentó. Durante un momento hizo como que acomodaba papeles y después, mirándome directo a los ojos, volvió a hablar.
- No me falles. Tenés que matarme.
-¿Por qué? ¿Por qué yo?
-Sos el único que puede hacerlo. Conocés la historia desde el principio y me vas a entender. Además te vas a convertir en un bandido de leyenda.
-Escuchame idiota, yo no quiero ser una leyenda. Me conformo con comer seguido y coger de vez en cuando. Ah, y también me gustaría encontrar a L. para reventarla a balazos. ¿Por qué no te matás vos?
-Ya te dije. Es por las nenas. No quiero que se enteren de lo que hice.
AB dejó de mirarme y se llevó las manos a la cabeza. Estuvo así, en silencio, un par de minutos. Luego se puso de pie, tomó aire y volvió a hablar.
-La última vez que me viste estaba hecho mierda. Ahora me ves sano, pero en realidad estoy mucho peor que antes. ¿Te acordás cuando fuimos al laboratorio?
-Si.
-¿Y de los papeles que robamos del Congreso?
-También. El único que los entendía era AJ.
-Ahí empezó el problema. AJ había sido mesurado hasta ese momento. Algo de lo que leyó le despertó la ambición y empezó a conectarse con el enemigo. Por supuesto que me di cuenta tarde. Mucho después del ataque al hotel.
-Mientras yo estaba oficialmente muerto.
-Así es, y yo en el hospital. Para ese momento, AJ ya había escalado en la estructura del nuevo gobierno. Había conseguido conocimientos muy valiosos y los supo usar.
-¿Y vos no pudiste pararlo?
-Al comienzo pensé que estaba haciendo lo correcto. Creí que con buen criterio, lo que el sabía podía servirnos. Incluso acepté prestarme a uno de los experimentos.
-No seas cínico. Suena demasiado altruista para ser la verdad.
-Pero lo es. Yo creí que íbamos a cambiar el país. Y también que si estaba sano volvería a ser un soldado más para la rebelión. Por eso acepté el procedimiento.
-¿Cual?
-El de regeneración. El programa que dirigían Julius y Abramovic. No sabía las consecuencias.
-¿De qué hablás?
-Soy un híbrido, imbécil. ¿No entendiste nada de lo que estoy hablando?
AB sacó del escritorio un abrecartas y se lo clavó en el antebrazo. No sangró.
-¿Entendés ahora?
-Si.
-Ya no soy un tullido, pero tampoco soy humano. ¿Te acordás del hermano Marcelo, viviendo escondido? No quiero eso para mi. Además empiezo a sentir el deseo de la sangre. ¿Qué va a pasar después? ¿Y si ataco a mi mujer, o a las chicas?
AB me hablaba de corazón, al borde del llanto, pero yo no podía sacar la vista del abrecartas. Definitivamente no era humano, o solamente había quedado una pequeña parte humana que me pedía un favor. No se lo podía negar.
-Está bien. Decime que tengo que hacer.
-Ahora yo trabo la puerta y te saco los precintos. En el cajón del escritorio hay una pistola y las llaves de un Lada. Ni bien me volás la cabeza, salís por la puerta lateral. El pasillo te lleva a un ascensor y de ahí al estacionamiento. El auto es el único rojo que hay en la cochera.
-Me van a seguir.
-Tenés la ventaja del tiempo que les lleve entrar acá y entender lo que pasó.
-El Indio sabe donde encontrarme.
-Después de que te trajo, lo mandé lejos con una excusa cualquiera. Hasta mañana no vuelve. Una cosa más. En la guantera del auto hay algo de dinero. Buscá a tu chica y escapate.
AB se sacó el abrecartas del brazo y lo usó para cortar el precinto que me ataba las manos. Mientras yo buscaba la pistola, AB trababa la puerta. Desde el escritorio lo miré, parecía un guerrero formidable. Sentí ganas de abrazarlo y llorar. Se paró delante mío y me habló por última vez.
-Podés dejar de portarte como un marica y disparar de una puta vez.
Le dí justo entre los ojos y cayó

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