-¡De todos los
lugares obvios el más obvio!
-¿Y qué? La
vida no es una película, deberías saberlo.
-Es que no
tiene sentido.
-¿Qué?
-Que el
hermano Marcelo esté muerto por ayudarnos a descifrar un papel invitando a un
congreso de vampiros en el Hotel Edén. Si yo fuera uno de ellos supondría que
este es el primer lugar de Córdoba en el que me buscarían.
-Pero no sos
vampiro, y el vulgo no mira las películas que guardás en la cinemateca. Callate
y agachate que nos pueden ver.
Las
conversaciones con AJ se ponían cada vez más incómodas, a lo que había que
sumarle el hecho de llevar dos horas escondidos entre los arbustos de cerco del
hotel. Esperábamos divididos en pequeñas brigadas que JF nos diera la orden de
atacar. Nora, que había sido gimnasta, estaba ubicada en el techo, JF y AB iban
a entrar por el frente, H. y los enanos debían atacar por la entrada de
personal de servicio, mientras AJ y yo ibamos a llegar cruzando el parque y el teatrito.
Cuando era chico, mi abuela me contaba que en el Hotel Edén aparecía el
fantasma de la hija de uno de los dueños. Para mi abuela los espectros eran un
asunto muy serio. Si hubiera sabido que iba a estar en el parque del hotel
cazando vampiros me hubiera cruzado la cara de una cachetada por delirante.
Seguimos
apostados en el cerco media hora más hasta que sonó la señal del
intercomunicador. AJ era el encargado de decodificar porque no entiendo el
morse.
-A moverse. En
diez minutos Nora va a entrar por la claraboya del techo.
-Pero…
-Dejá de
dudar. El momento es ahora.
Empecé a
sentir un dolor a la altura de los riñones y rigidez en la nuca. Los síntomas
de la subida de adrenalina. Cruzamos el parque sin problemas. El teatrito estaba
vacío de personas pero lleno de autos. Por las marcas y modelos se podía
suponer que además de vampiros, el hotel estaba lleno de jerarcas del partido.
No encontramos obstáculos para entrar, el camino estaba despejado. Una vez
adentro nos cruzamos con H. y los enanos en uno de los pasillos laterales. Parecían
escapados de una escena de “Blancanieves y los siete enanos”. Les faltaba
cantar. Por como agarraba el fusil se notaba que H. no era conciente de la
gravedad de la situación. Los enanos, como siempre, discutían.
Llegamos a uno
de los corredores que llevaban al hall central. AJ mandó el mensaje de que
estábamos en posición. Mientras decodificaba la respuesta de JF sentí una voz conocida
desde el salón. Inconfundible. La comandante Martinez Suarez, Mirtha Legrand,
Chiquita. Podía usar las mismas inflexiones para ser “La vendedora de fantasías”
o la maestra violada por “La patota”. Me acerqué para escuchar qué decía.
-…y a pesar del ataque artero a nuestras
instalaciones, los avances que hemos logrado en regeneración celular son más
que auspiciosos para asegurar la permanencia de nuestro líder. Y la presencia
entre nosotros de la doctora Abramovic es la prueba más fehaciente”.
Aplausos.
Abramovic estaba viva. H. había tenido razón. Tendríamos que haber vuelto a
rematarla.
¿Faltaría
mucho para la señal de ataque? ¿Con qué íbamos a encontrarnos? No tenía
respuestas ni podía pensarlas. La voz chillona de la comandante se metía en mi
cabeza como un taladro.
-“…y este nuevo logro de la revolución
popular nos llena de alegría, pero no tanta como la que nos da la presencia del
líder aquí entre nosotros.”
¡El líder, ahí!
¿Cómo llegamos a este punto? No pensé más. Sentí el chillido del
intercomunicador y el grito de AJ:
-¡Ahora!
Entramos
corriendo en el momento justo en que Nora rompía los vidrios de la claraboya y
caía desde el techo sostenida por un arnés. Todavía colgando empezó a disparar,
pistola en una mano, ametralladora en la otra.
-¡Al
escenario, disparen al escenario! La voz de JF se escuchó claramente entre los
disparos. Alcancé a verlo antes que AB lo sobrepasara, y poniendo una rodilla
en el suelo buscara la mejor posición para tirar. Abrió fuego con los
escritorios donde estaban Abramovic, el líder y la comandante. Nora seguía
suspendida del techo disparando cuando, desde el piso, algunos miembros del
Congreso reaccionaron y comenzaron a contraatacar. Trató de bascular mientras
tiraba ráfagas cortas de metralla. H. y los enanos tiraban a lo que se les
cruzara, sin ninguna estrategtia. Por las baldosas del hall corría sangre mezclada con la espuma babosa
que dejaban los vampiros al morir.
Mientras me parapetaba para tirar con la
pistola, sentí el estallido de las bombas de gas lacrimógeno. Entraban por las
ventanas rompiendo los vidrios. Nora se desenganchó del arnés mientras
esquivaba las balas y trataba de no perder la pistola y la ametralladora. JF
había cambiado de armas: con un cuchillo de caza degollaba a quien se le
cruzara. AB tiraba escopetazos ciegos hacia delante.
Traté de tomar
distancia y respirar aire fresco cuando sentí una mano que me agarraba por la
nuca y me levantaba en el aire. La voz que escuché me aterrorizó aún más.
Tranquila y pausada la señorita L. me dijo:
-¿Haría el
favor de apartarse? Tengo trabajo por hacer.
Después me
arrojó contra la pared. Estuve atontado. No supe cuanto tiempo pasó. Solo se
que dejé de escuchar disparos. En el medio del olor a gas, a polvora y a sangre
se estableció un silencio apenas interrumpido por gritos de agonía; y,
nuevamente, la voz de L.:
-¡Que
desastre! Por suerte ya llega Sánchez para limpiar.
Bueníiiisimo!!! Lo leí de un tirón y ahora quiero más!
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